Crítica de cine

Intimidad del 'biopic' artístico

Fiel a mi mala costumbre de no leer nada sobre las películas que me toca ver, me adentro en Maudie, el color de la vida a través de su historia de soledades encontradas y amor esquivo entre una mujer discapacitada aunque siempre optimista (Sally Hawkins) y el hombre (Ethan Hawke) hosco y solitario que la contrata para trabajar en su casa en un pequeño pueblo de Nueva Escocia (Canadá) en los años 40.

La película transcurre entre estampas más o menos amables, dramáticas y costumbristas de la vida cotidiana y deja ver poco a poco cómo el roce hace el cariño entre dos personajes difíciles a los que Hawkins y Hawke prestan sendas composiciones en el límite del exceso gestual. Al fin y al cabo son ellos los que sostienen prácticamente todo el andamiaje tonal de una cinta que poco a poco nos descubre, y éste tal vez sea su principal mérito, que detrás de esa mujer pequeña, deformada y entusiasta se esconde la figura de la pintora naif Maude Lewis (1903-1970), reconocida en los años 60 como una de las principales figuras del movimiento folk y admirada incluso por personalidades como Richard Nixon.

Y digo que es su principal mérito porque lo que hace Aisling Walsh es precisamente evitar el tono determinista y teleológico del biopic para concentrar en la peculiar intimidad de la pareja, apenas entre las cuatro paredes de su pequeña cabaña (decorada), en su relación de amor en sordina y en sus respectivos caracteres complejos forjados en sendas infancias difíciles el desarrollo de una película en la que el arte no es tanto un elemento con mayúsculas, redentor o catártico, como una manera sencilla y natural de afrontar el día a día.

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