Crítica de Cine

McConaughey desencadenado

Stephen Gaghan se hizo famoso y consolidó su carrera como el nuevo mejor amigo de los talentosos de Hollywood con el guión de una película aclamada y premiada que nunca me interesó: Traffic (Soderbergh, 2000). Después escribió los guiones de otras películas como El Álamo: la leyenda (Lee Hancock, 2004) o Caos (Kopple, 2005) que tampoco me interesaron. Finalmente, tras debutar con mal pie con un thriller olvidado, triunfó en la dirección con otra película que tampoco logró interesarme (Syriana, 2005). Como podrán comprender me enfrenté a Gold, la gran estafa sin mucho entusiasmo. Y salí de ella como entré. Un poco más aburrido, eso sí.

La historia de una estafa con ribetes políticos y financieros -inspirada en el caso real de Bre-X Minerals- protagonizada por un tipo desquiciado y condenado al fracaso que está a punto, sólo a punto, de lograr rematar un plan descabellado de explotación de una supuesta veta de oro en Indonesia, no logra interesarme más que como la nerviosa puesta en imágenes de una aventura desquiciada avalada por la interpretación aún más nerviosa de un Matthew McConaughey aún más desquiciado ofreciéndose a sí mismo en espectáculo de transformismo: glándulas sudoríparas abiertas de par en par, tres pelos pringosos sobre una poco atractiva calva y una barriga cervecera y güisquera reciamente trabajada. Eso sí, empieza delgado y con pelo para que el público aprecie su transformación. Desgraciadamente su interpretación cae más del lado de Lon Chaney que del de Brando o De Niro. Edgar Ramírez interpreta, no vocea, a su personaje: se agradece. También se agradece la breve presencia del siempre grande Stacy Keach, superviviente de otra época confinado -con la excepción de Nebraska- a papeles secundarios en películas absurdas o, como en este caso, fallidas. Porque Gaghan, intentando ponerse estupendo en plan Scorsese, no logra que la historia interese a lo largo de sus interminables dos horas de duración.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios