Crítica 'Operación U.N.C.L.E.'

Ritchie triunfa con la U.N.C.L.E. que aquí se llamó CIPOL

Operación U.N.C.L.E. Acción, espionaje, EEUU, 2015. 116 min. Director: Guy Ritchie. Intérpretes: Henry Cavill, Armie Hammer, Alicia Vikander, Elizabeth Debicki, Hugh Grant, Jared Harris.

Hace casi ya un par de décadas Lock & Stock y Snatch, cerdos y diamantes llamaron la atención sobre el brillante y un tanto burro Guy Ritchie. El éxito debió subírsele a la cabeza o bajársele al talonario y a continuación rodó varios bodrios (Barridos por la marea y Revolver) tras los que RocknRolla anunció una recuperación que quedó confirmada por las dos entregas de Sherlock Holmes interpretadas por Robert Downey Jr. y Jude Law. Estaban por debajo de las dos películas de su debut, pero eran brillantes y tuvieron éxito (aunque no me interesen un pimiento desde el punto de vista holmiano). Es ahora, con Operación U.N.C.L.E., cuando de verdad recupera su pulso. En una clave muy distinta a la que le convirtió en un prometedor director hace 17 años, volcado ahora ya del todo en la taquilla, pero con algo inteligente y divertido que decir en el maltratado universo del cine comercial.

Estamos -dicho sea a la semana del estreno de la quinta entrega de Misión: Imposible- en el campo de las adaptaciones de antiguas series de televisión. En este caso se trata de The Man from U.N.C.L.E., en España titulada El agente de CIPOL, una muy buena serie producida por la Metro y estrenada en su primera temporada en 1964. Tenía a su favor el planteamiento original, debido a Ian Fleming y desarrollado por el gran guionista Sam Rolfe a quien debemos Colorado Jim de Anthony Mann, que unía a un agente americano y uno ruso; el sentido del humor en el tratamiento del espionaje; la extraordinaria sintonía (y no pocos fondos) compuesta por Jerry Goldsmith; las interpretaciones de Robert Vaughn -un buen actor que mereció mejor suerte en el cine, donde se dio a conocer con Los siete magníficos, interpretó al malo de Bullit y engordó el all star cast de El coloso en llamas- y David MacCallum como los agentes Napoleón Solo e Illya Kuryakin, y la de uno de los mejores secundarios de Hollywood, Leo G. Carroll, uno de los favoritos de Hitchcock, como el jefe de la organización a cuyo cuartel general se accedía a través de una lavandería (su presencia fue sugerida por Ian Fleming como marca hitchcockiana, sobre todo referida a su papel en Con la muerte en los talones). El éxito de la serie hizo que en los mismos años 60 se estrenaran dos largometrajes -Un espía con mi cara y Un espía de más- inspirados en ella.

Recrear con fidelidad esta serie hoy de culto habría sido un error. Como hizo Brian De Palma en la primera entrega de Misión: Imposible, los guionistas Scott Z. Burns (El ultimátum de Bourne, Contagio), David C. Wilson (Arma perfecta) y el realizador Guy Ritchie han optado por recrearla casi totalmente tomando sólo algunos elementos de ella: la marca U.N.C.L.E. y el trabajo conjunto de un agente de la CIA y otro del KGB -Solo y Kuryakin, ahora Henry Cavill y Armie Hammer, con Hugh Grant en el papel que interpretó Leo G. Carroll- para derrotar a una perversa organización que pretende (como hacía Blofeld en Sólo se vive dos veces) aprovechar las tensiones de la Guerra Fría para enfrentar a los Estados Unidos y la URSS desatando una guerra que al final perderían los dos y ganarían los malos.

Insuflando a esta extraña pareja de agentes el tratamiento burlesco que hizo triunfar su tratamiento de Holmes y Watson, acentuando aún más el juego humorístico entre la sofisticada ironía del americano y la seca seriedad del ruso, Ritchie plantea una comedia de acción tan divertida como espectacular que, tanto o más que en la serie original, parece inspirarse en las parodias pop de Bond que interpretaron Dean Martin (Matt Helm), James Coburn (Flint) o Monica Vitti (Modesty Blaise). Hasta con un toque del Clouseau de Blake Edwards, de cuyo brillante sentido de la parodia no anda lejano Ritchie. La recreación de los años 60 (es importante que, aunque se cambien tantas cosas, no se renuncie a la gran década pop) se convierte en un elemento fundamental utilizado también con ironía. El mérito de Ritchie es tratar con ligereza lo ligero sin renunciar a la inteligencia y a una elegancia que no le sospechábamos.

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