Cultura

Ternura tecnológica

  • Pixar celebra su vigésimo aniversario con el estreno en España de su última producción, 'Del revés' ('Inside Out'), que la crítica aclama como una obra maestra.

Todo empezó en el laboratorio, que es donde suelen empezar los grandes avances de la humanidad. Los niños de principios de los 90 veían los últimos lanzamientos de Disney, grandes éxitos como Aladdín o La bella y la bestia. Eran fórmulas narrativas y visuales que casi procedían de los años de Blancanieves. Mientras tanto, Ed Catmull, un grafista informático, trabajaba para Lucas Film en crear nuevas estrategias de animación. Cartmull había sido muy útil en los efectos especiales de George Lucas desde los tiempos de la Guerra de las Galaxias , pero no conocía al productor ejecutivo de Disney de La bella y la bestia, John Lasseter. Lasseter estaba convencido de que todo lo que salía de la factoría Disney tenía aroma a alcanfor por mucho que se trufaran las películas de nuevos chistes. Disney era demsiado infantil para una infancia que con las nuevas tecnologías estaba dejando de serlo.

Lasseter trabajaba en la historia de unos juguetes que cobraban vida cuando Catmull terminaba, ya independizado de Lucas y tras haber vendido a Disney un sistema informático pensado para la comunidad médica como fórmula de dinamizar el proceso de producción en sus trabajos de animación, el proyecto piloto de una película exclusivamente realizada por ordenador. Cuando Lasseter y Catmull se conocieron era inevitable que algo en la historia del cine y del espectáculo cambiara.

Mi hijo mayor tiene 21 años. La primera película que vio en el cine fue El jorobado de Notre Dame, que con tres años le conmovió; la segunda fue la primera película de Pixar, Toy Story, que le convirtió en un nativo del nuevo tiempo y un cinéfilo empedernido. Para esta generación, Aladdín, estrenada en el año 93, es prehistoria, pero Toy Story, del 95,sigue siendo moderna, vigente. Forma parte de su universo cultural. Mi hijo pequeño tiene 11 años y, para él, Buzz Lightyear y el resto de juguetes de Andy son una iconografía familiar. Si le pregunto por Aladdín dirá que las alfombras no vuelan, porque no se puede volar, sino caer con estilo, como Buzz Lightyear. Y vale, las alfombras no vuelan, pero existen los monstruos, hablan los coches y los superhéroes envejecen. Porque la revolución de Pixar es, además de tecnológica, de lenguaje y de relato, incluido el humor, muy influido por otras series de animación televisiva como los Simpson -el director de Los Increíbles, Brad Bird, fue guionista de Los Simpson-, Vaca y pollo o Las macabras aventuras de Billy y Mandy.

Guionistas rejuvenecidos con un uso del absurdo y de la ternura, huyendo del ternurismo, mucho más actualizado han logrado en quince películas en estos años recaudar la friolera de más de 9.000 millones de dólares sólo contabilizando las salas. Lasseter se convirtió en el gurú de Pixar, el que marcaba la línea, y cedió la batuta a talentos de la casa, como Lee Unkrich, el montador de las primeras películas de Pixar, para que ejecutaran sus ideas en la dirección.

El flexo de Pixar era una mina de oro y Disney aceptó su derrota comprando Pixar en el año 2006. Pagó 7.500 millones de dólares por el juguete creado por Lasseter y Catmull. Parecía consumarse la venganza que se relataba a modo de metáfora en la segunda película de Pixar, Bichos, donde las ideas de una hormiga ingeniera eran rechazadas por una comunidad en la que abundaban las cigarras que vivían del ingenio de los demás.

Para su vigésimo aniversario Pixar regresa a las pantallas, tras haberse adocenado con algunas segundas partes de no demasiado interés, con una obra que fue presentada en Cannes cosechando críticas que coincidían en un entusiasmo que no se recordaba desde la magnífica Up!. Hoy las pantallas de toda España estrenan Del revés (Inside Out), dirigida por Pete Docter, precisamente el que tomó los mandos de Up!.

Docter utiliza la animación para comprender la vida y en esta ocasión los personajes son nuestras emociones. No hay animalitos, no hay coches, no hay monstruos (o sí, según se mire). Los protagonistas, los dibujos, encarnan la alegría, la ira, el asco, el miedo y la tristeza. Todo lo que nos anida, en definitiva. Con esos mimbres de semejante enjundia, de semejante carga salvajemente humana, Pixar entrega una película supuestamente para niños que es un tratado sobre nosotros mismos, una terapia de grupo. Así es Pixar. Pixar nació en un laboratorio para conducirse en un nuevo tiempo. Pixar nunca fue una cosa de niños ni necesariamente para niños.


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