Cultura

Viaje sin retorno a un territorio hostil

  • Alberto Rodríguez concluye hoy el "durísimo" rodaje de 'La isla mínima', un 'thriller' ambientado en los primeros y convulsos 80 y que se estrenará en septiembre de 2014

Alberto Rodríguez hace un alto en el trabajo, abandona el edificio de la antigua Tabacalera y lo primero que pide es charlar al sol. Las largas jornadas de calor abrasador en la primera fase, y las últimas semanas de sesiones nocturnas, ocho semanas de un rodaje "durísimo" y "extenuante", se hacen notar en los rostros del equipo de La isla mínima, la sexta película del director sevillano, cuya filmación acabará hoy en Sevilla dejando tras de sí una constelación de laringitis, catarros severos y fiebres altas. "Por suerte, ha habido una armonía estupenda. Créeme, si no hubiera sido así, ahora mismo, a estas alturas, escucharías los gritos desde aquí", dice Rodríguez, añade señalando hacia la entrada del inmueble de Altadis en Los Remedios, transformado ayer en un hotel de Málaga en 1980 al que uno de los protagonistas (Raúl Arévalo) llega, acompañado por una amiga y cómplice (Cecilia Villanueva) con la esperanza de encontrar una maleta que se supone que contiene una pista valiosísima para resolver el caso criminal que está investigando.

"Es una película muy distinta a Grupo 7 también por la logística. Al fin y al cabo en aquélla no salimos apenas de la ciudad. Rodar esta ha sido algo realmente complejo. Había muchas localizaciones y todo tipo de dificultades. Entre otras, necesitábamos que el campo [en Isla Menor, uno de los escenarios fundamentales de la cinta] estuviera cultivado y con la cosecha a punto de cogerse, y fue un quebradero de cabeza porque la cosecha de pronto se retrasaba, de pronto se adelantaba, de pronto se retrasaba... y al final se adelantó. Y tuvimos que estar muy pendientes de las mareas; en una de las secuencias, de hecho, encalló el barco en el que estábamos rodando y aquello no iba ni para adelante ni para atrás... En fin, un montón de imponderables de los que antes de empezar a rodar no teníamos ni idea. Yo ahora, por ejemplo, sé mucho del cultivo del arroz", explica con media sonrisa el director, que vuelve a firmar con Rafael Cobos, su cómplice habitual, el guión de esta historia de "vida, muerte y redención", como la califica él mismo, una película que abraza de nuevo las formas del thriller y que se desplaza a los "parajes extraños y alucinantes" -en palabras de Raúl Arévalo- de las marismas sevillanas para firmar -tras sugerir en Grupo 7 todo lo que la Apoteosis Expo 92 dejó fuera de su discurso- otra crónica oblicua sobre los años 80, un comentario al margen del mito del progreso inexorable que tanta fortuna hizo en aquellos tiempos.

"A veces se olvida, pero 1980 fue un año muy convulso. Muy crispado. Y la prueba es que llegó febrero del 81", dice Rodríguez en referencia al golpe de Estado. "Ese ambiente tenso me pareció un buen telón de fondo, es algo que está como chocando por detrás de la historia", explica el director, que recuerda en todo caso que su intención principal era hacer "una película muy atmosférica y muy entretenida, una buena película de suspense con la que el público pase un buen rato... un buen mal rato". El choque político que cuenta la película aparte de la trama criminal lo encarnan en La isla mínima los personajes de Arévalo y Javier Gutiérrez, dos policías que llegan desde Madrid a un pequeño pueblo de clima social viciado y asfixiante, para abrir, tras la desaparición de dos adolescentes, una investigación que deparará sorpresas muy desagradables.

"Yo soy el policía más joven, que representa metafóricamente, y no tan metafóricamente, esa nueva España que entonces respiraba ilusión y tensión, una más progre, que quería cambiar las cosas aunque luego se vio que no era tan fácil... Y el personaje de Javier, más veterano, viene de una Policía formada en la Brigada Político Social de Franco, es la mano dura", dice Arévalo, que ubica la película en la tradición del cine de los años 70 y en sintonía con cineastas de la violencia (soterrada o no) y de la hostilidad ultramasculina de las comunidades encerradas en sí mismas como Peckinpah o el John Boorman de Deliverance. "Es un thriller que a mí al menos me hace pensar mucho en el cine americano, pero con mucha identidad, muy español en el buen sentido, con referentes nuestros", añade el actor madrileño, que antes de iniciar este trabajo se empapó de las zonas de sombras de la Transición que mostraron Cecilia y Juan José Bartolomé en su díptico documental No se os puede dejar solos / Atado y bien atado.

Rodríguez aporta otras referencias importantes para entender esta película que se estrenará en septiembre del próximo año y que "tenía en la recámara desde hacía tiempo". Un detonante fundamental, dice, fue su visita a una exposición del desaparecido fotógrafo Atín Aya, conspicuo retratista de ritos y oficios de una Andalucía melancólica y a punto de ser devorada por el tiempo. "Me gustó muchísimo, detrás de cada foto había una historia que contar y un mundo entero que se iba desmoronando. Ese es un poco el decorado natural de la película", explica el director, que también leyó abundante literatura sobre las marismas como espacio espiritual y sobre los aspectos más espinosos (y políticos) de la vida rural en esta tierra, obras de Alfonso Grosso, Caballero Bonald o López Salinas, apunta, junto con las imágenes fractales en estos espacios tomadas desde el aire por Chiqui Garrido.

"De aquí va a salir algo grande", asegura la gallega Nerea Barros, que interpreta en la película a la madre de las quinceañeras desaparecidas y sufrida y entregada mujer de Antonio de la Torre, que hace un papel breve "pero de mucho peso en la película", dice Rodríguez, que repite en este proyecto con su director de fotografía habitual, Álex Catalán, y con amigos como Jesús Carroza, con el que ha contado en todas sus películas desde 7 vírgenes. "Con Alberto yo voy a donde sea", dice el actor sevillano, que en un giro "inesperado", dice, se mete en esta película, brevemente, en la piel de un guardia civil "de esos serios", al parecer con gran poder de convicción: "Alberto me decía: illo, Jesús, que das miedo, coño".

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