Crítica 'Los exiliados románticos'

Los herederos del amor

los exiliados románticos. Road movie, España, 2015, 70 min. Dirección y guión: Jonás Trueba. Fotografía: Santiago Racaj. Música: Tulsa. Intérpretes: Vito Sanz, Renata Antonante, Francesco Carril, Isabelle Stoffel, Luis E. Parés. Proyectada en el Cicus el lunes 26 (casi lleno).

Los "exiliados románticos" son jóvenes y, bueno, algo hipsters, urbanitas con barba, camiseta y pantalón corto, cultos y soñadores, leen a media luz, trabajan en Salou para sacarse un dinero para las vacaciones y le piden prestada la furgoneta a su madre para emprender un viaje hasta París.

Hablan bajito y sus conversaciones no son demasiado trascendentes, disfrutan del paisaje, de paseos por las ciudades en las que paran, de los encuentros con mujeres que parecen siempre más maduras e inteligentes que ellos. También van a bares donde suenan canciones rock, que les siguen acompañando luego en la carretera...

El tercer largo de Jonás Trueba viaja por cines de verano (de autor: centros culturales, museos, etcétera) buscando tal vez un público afín al espíritu de sus criaturas, herederas de una cinefilia nuevaolera que se funde ahora con los hijos de la crisis y un nuevo compromiso que es a un tiempo político y hedonista. Son jóvenes de hoy que mascullan su vitalismo y sus ideales románticos a contracorriente, que respetan a sus mayores y se sientan a escuchar sus historias, que buscan reconciliarse y fundirse con un tiempo, luminoso y feliz, en el que una charla amistosa, una balbuceante declaración de amor (en francés), un baño en un lago o una disertación sobre los hombres, las mujeres y la paternidad pueden llegar a ser los argumentos mínimos para armar una película.

Esta road movie de verano busca esa transparencia imperfecta e incompleta del cine que se hace sobre la marcha, de la película hecha entre amigos (los mismos de Los ilusos), por el propio placer de rodar y vivir al mismo tiempo. No siempre lo consigue, tal vez porque se le vea demasiado su culturalismo de perfil bajo, su voluntad de conectar con una especie de nueva secta cinéfila que tal vez le pida ya demasiada poca carne a los platos del menú del día.

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