De libros

Felicidad entre libros

  • Páginas de Espuma publica 'Conversaciones con un amigo', una especie de autorretrato vital y literario de Alberto Manguel

Los criadores de abejas dicen que, cuando un apicultor muere, alguien debe ir a decirles a las abejas que su criador ha muerto. En uno de los momentos más conmovedores de Conversaciones con un amigo, Alberto Manguel confiesa que le gustaría que alguien hiciera eso con sus libros cuando él desaparezca. Lo pensó la noche que terminó de ordenar la biblioteca de la casa donde vive ahora, un viejo presbiterio de un pueblecito francés que él reformó y donde pudo por fin reunir todos los libros que fue comprando desde su infancia, 30.000 volúmenes entre los que se perdió felizmente durante tres meses. Para entender la hondura y la sinceridad de ese deseo postrero, para despejar toda sospecha de retórica grandilocuente o cursilería incorregible, basta con leer cualquiera de sus obras, Una historia de la lectura, Guía de lugares imaginarios, La biblioteca de noche,Stevenson bajo las palmeras,Noticias del extranjero...

O estas maravillosas Conversaciones... que acaba de publicar Páginas de Espuma en colaboración con la editorial argentina La Colección. Una suerte de "jam session", como las llama Claude Roquet, su editor francés y su interlocutor en estas 246 páginas, el resultado de una serie de encuentros en los que Manguel da rienda suelta a su erudición cordial y diáfana, un permanente y magnético ejercicio de seducción abierto a la risa y a la duda -"el lugar del pensamiento"-, una inteligencia excepcional en las antípodas de la demostración de poder y que nunca pretende convertir gustos u opiniones personales en parte de un canon inobjetable, glacial y casi aterrado ante la mínima posiblidad de que aflore en él algo parecido a la emoción, como ha reprochado en alguna ocasión a Harold Bloom, el más famoso representante de esta manera dogmática de concebir la lectura y la crítica literaria.

Manguel no busca en los libros verdades definitivas, por lo que no los recomienda o censura empleando argumentos supuestamente clínicos. A menudo -lamenta- lectores y críticos olvidan que "toda crítica, en esencia, no es más que el análisis del me gusta o no me gusta". Tampoco le importan demasiado las categorías literatura popular o literatura clásica, tan sólo "encontrar en ella nuestra felicidad y un espejo del mundo", una manera de prepararnos para "vivir conscientemente en el mundo cotidiano". "La historia de un joven marino en Las mil y una noches -le dice a Roquet- me enseña mucho más sobre la relación entre causalidad e imprevisibilidad que una definición psicológica o científica. Eso no quiere decir que no me interesen la psicología, las ciencias naturales o las matemáticas, pero sobre todo me interesan cuando no intentan reducir el conocimiento del mundo a una fórmula".

En orden cronológico, el libro recorre una vida entre libros. Literalmente. Comienza con el relato de su niñez extraña y feliz, su nacimiento en Buenos Aires en 1948; su infancia en Tel Aviv, donde se instaló su familia después de que su padre se convirtiera en el primer embajador (argentino y del resto del mundo) que llegó a Israel; y tras un vertiginoso itinerario que comprende estancias más o menos duraderas en Baltimore, París, Londres, Milán, Oxford, Tahití y Toronto, trabajando siempre como editor, traductor, antólogo y articulista, concluye en su actual residencia de Mondion. La última parte del libro, especialmente cálida y emocionante, muestra a un hombre que ilumina a los demás al hablar de su felicidad, nacida de una conciencia rotunda de su propia muerte: "Montaigne decía: La premeditación de la muerte es la premeditación de la libertad. No hay nada morboso en eso. Hay que comprenderlo bien. Cuando leo, me gusta saber cuántas páginas me quedan. Es una de las razones por las cuales me cuesta tanto leer un libro en la computadora. Quiero ver el volumen, quiero saber el número de páginas para saber cuánto tiempo voy a pasar con él. Lo mismo en lo que respecta a mi vida. Vivo sabiendo que no es para siempre y que mis días están contados. El fin es lo que da sentido a todo eso (...) En la noción de inmortalidad casi hay una falta de interés en la vida".

Con 15 años, Manguel comenzó a trabajar en la librería Pigmalión de Buenos Aires, frecuentada por escritores en busca de ediciones inglesas y alemanas. Allí conoció a Bioy Casares, a Borges, a quien, ya ciego, le leía en su casa los libros en voz alta. El autor ha hablado muchas veces -porque siempre le preguntan por ello- de su relación con Borges, y aun así siguen resultando emocionantes sus palabras sobre el escritor que -sostiene- cambió para siempre la forma de leer, porque "limpió el vidrio oscuro y detrás vemos otra cosa". Dante y San Juan de la Cruz son las otras dos pasiones inagotables de este defensor de la anarquía -asumida como orden menos poder-: "No concibo la disciplina más que como algo que uno adquiere por sí mismo, que no puede ser impuesto por cualquiera".

Lleno de deliciosas digresiones, estas Conversaciones... sirven tanto para quienes conocen la obra del escritor nacionalizado canadiense y quieran profundizar en su magnética personalidad, como para ofrecer una primera y reveladora toma de contacto con su sensibilidad, que privilegia siempre el placer frente a los argumentos de autoridad. A veces, sí, se acalora, pero nunca dice este libro es malo. Dice: "Hay libros que adulan nuestras pequeñas mezquindades, encubren nuestros miedos y abren grandes puertas por las que pasar es muy fácil. Es obvio que para alguien que sufre -y todos sufrimos- es mucho más fácil y confortable meterse en el universo de Houellebecq, donde todo el mundo es idiota, donde uno puede decir con comodidad yo soy más inteligente que ellos, que meterse en el mundo de Dostoievski".

En cualquier caso, es difícil precisar el tema del libro. El tema es la literatura, es el papel de ésta en su vida, es la vida, sus contornos imposibles de delimitar, la dicha que produce aceptar que en ella "todo es al mismo tiempo esperable e inesperado". Y la misma claridad, la misma pasión con la que habla de libros y bibliotecas, las aplica para hablar de las mujeres que le han gustado, de política e historia argentina, de periodismo y arte contemporáneo (con el que es particularmente demoledor) o de la estrecha relación entre la censura y el empobrecimiento del lenguaje. Todo eso, nos dice Manguel, es leer: no sólo un rito privado en el que "nombramos nuestra experiencia", sino cualquier intento, por imposible que sea, de descifrar el mundo.

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