De libros

Historia social de una comunidad

  • Dos libros describen el asentamiento de los moriscos en Sevilla tras su expulsión del Reino de Granada

En los márgenes de la ciudad de Dios. Moriscos en Sevilla. Manuel F. Fernández Chaves y Rafael M. Pérez García. Universidad de Valencia, Biblioteca de Estudios Moriscos, 2010. 532 páginas, 35 euros.

Entre la cruz y el Corán. Los moriscos en Sevilla (1570-1613). Michel Boeglin. Ayuntamiento de Sevilla, ICAS, 2010. 178 páginas. 18,5 euros.

Celestino López Martínez concluía su ensayo Mudéjares y moriscos sevillanos, publicado en 1935, desmintiendo la opinión tradicional de que la expulsión de los conversos mahometanos hubiese despoblado España y arruinado su industria. Y concluía: "En tesis de tanta monta han menester nuevas investigaciones documentales, copioso y discreto cotejo de testimonios bibliográficos antiguos y modernos..." Han tenido que pasar 75 años, coincidiendo con la conmemoración del cuarto centenario de la proclamación del bando que decretaba la expulsión de la principal minoría religiosa de nuestro país, para que estos deseos cobren realidad en dos libros fundamentales dentro de la abundante historiografía morisca. En los márgenes de la ciudad de Dios. Moriscos en Sevilla, que firman los profesores de la Universidad de Sevilla Rafael Pérez y Manuel Fernández, puede considerarse, sin incurrir en exageraciones, la primera monografía que ofrece una visión de conjunto de la formación de este grupo social en Sevilla, después de su extrañamiento del Reino de Granada (1570) y de su trayectoria histórica posterior hasta la expulsión general de 1609-14. La obra Entre la Cruz y la Espada, de Michel Boeglin, profundiza en un segmento particular de esta comunidad, que llegó a ser en Sevilla la más populosa de toda la Europa cristiana: el análisis de su identidad religiosa y cultural a través de la información que nos proporcionan los procesos inquisitoriales.

La llegada y asentamiento de los moriscos procedentes de Granada está marcada, igual que en otras zonas estudiadas (La Mancha, Extremadura), por la enorme fractura social que supuso la deportación masiva de miles de familias que salían de su tierra, como describe Mármol y Carvajal, "con las cabezas bajas, las manos cruzadas y los rostros bañados en lágrimas". Pero más allá de algunos testimonios cronísticos poco se sabía, hasta ahora, de las complejas operaciones que determinaron el traslado de estos granadinos hasta el valle del Guadalquivir, y casi nada, del proceso de recepción, asentamiento y posterior asimilación en el seno de la sociedad sevillana. Del imponente caudal de datos que manejan Manuel Fernández y Rafael Pérez se dibuja, por primera vez, una panorámica consistente de ambos fenómenos, sobre la que podrán pisar en firme futuras investigaciones. Por un lado, las deportaciones masivas de población malagueña y granadina, que vienen precedidas, durante de la rebelión de las Alpujarras, por la llegada de importantes contingentes de cautivos, revolucionaron el mercado de esclavos del puerto de Sevilla ya de por sí pujante. Se trata, por delante de otras consideraciones morales, de un gran negocio en el que participaron todos: los militares protagonistas de las campañas, los mercaderes y tratantes, los cómitres y marineros que traían en sus galeras (procedentes de Almería) cientos de exiliados. No todos son esclavos de guerra, pues abundan los moriscos de paces (de aquellas poblaciones que habían permanecido fieles a la Corona durante la rebelión) pero la codicia, el desorden y la desprotección generalizadas diluyen en la práctica las fronteras entre unos y otros. El sistemático incumplimiento de la Pragmática real de 1572 que prohibía esclavizar a menores aceleró además la desestructuración familiar, que unida a la alta mortandad de los recién llegados por mar, infestados por el tifus, explica el odio y el resentimiento de un amplio sector de la población conversa que desembocará en el levantamiento fracasado de 1580.

El proceso de asimilación de los supervivientes y de los que llegarían más tarde (hasta los 7.500 individuos contabilizados en vísperas de la expulsión) estuvo lejos de ser, sin embargo, plena integración. La reconstrucción de la comunidad morisca apunta a un fenómeno multiforme en el que los lazos de solidaridad internos, juegan tanto papel como las oportunidades que ofrece el dinamismo económico de la ciudad para incorporase a trabajos subalternos, relacionados con la construcción y el abasto urbanos. En este último ámbito se aprecia la formación ilícita de fortunas, en connivencia con las autoridades municipales, que utilizan a los moriscos como mediadores para sus operaciones especulativas. Es posible, como se ha dicho alguna vez, que estas actividades despertasen el recelo de otros grupos sociales, competidores directos de la élite morisca en el trato de las mercaderías. Más incisiva resulta aún la hipótesis de que el discurso de la deslealtad de los moriscos, que terminará justificando su expulsión, hallase un argumento adicional en la imagen del morisco acaparador e insolidario que algunos procuradores sevillanos utilizaron en los discursos de Cortes.

El argumento de la infidelidad religiosa, presentado dentro del marco de la monarquía confesional como reverso del desacato político, contribuirá, de acuerdo ahora con Michel Boeglin, a profundizar la grieta de desconfianza abierta sobre la minoría musulmana desde 1570. Sin embargo, el balance de la acción represiva emprendida por el Tribunal de la Inquisición de Sevilla revela una comunidad que dista mucho de reconocerse en la imagen estereotipada de un grupo compacto y beligerante que preconizaba el discurso oficial. Las redes de criptomahometanos se habían diluido y el sincretismo religioso estaba muy avanzado. En los márgenes de la ciudad de Dios se estaba gestando una nueva sociedad de costumbres híbridas, nuevas solidaridades y futuras resistencias. La historia de los muchos moriscos que permanecieron, bajo otros nombres, después de 1610 está aún por hacer.

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