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Sobre la ceguera

En buena medida, puede conceptuarse a esta novela como una novela freudiana. Pero no por porque se recurra en ella al vano psicologismo de primeros del XX, o a aquel tono analítico, a veces aligerado por el humor, que usó con tanto éxito Franciska von Reventlow. Si hemos definido como freudiano este Piel de lobo de Lara Moreno, es porque en él se expone una forma particular de la ceguera. Aquélla que se recoge en El malestar de la cultura y que nos permite convivir civilizadamente, sin que las fuerzas que operan en nuestro interior (las pulsiones, los traumas, el dilatado arsenal de la memoria, erizado de espinas), afloren a nuestra vida diurna.

Ése es, quizá, el motivo último de que Moreno haya escogido la figura de un niño para polarizar una historia que trata, no sólo de la infancia, no sólo de su olvido, de su aflicción, de las anchas zonas de oscuridad donde la infancia medra y prevalece, sino del modo en que el adulto reabsorbe su figura infantil, y la de quienes crecieron a su lado, en una suerte de relato ideal, limpio y sin matices, que oculta la dimensión -y el drama- de aquella etapa.

Si las dos hermanas que protagonizan Piel de lobo son, en buena medida, desconocidas la una para la otra, es porque se ha producido esa ocultación, acaso deliberada, que encubre una realidad traumática, sumida en las brumas de la infancia. Se da así la paradoja de que la personalidad, el carácter individual, es fruto, no tanto de lo vivido, sino de aquello que ocultamos para vivir, y que la cercanía del niño nos vuelve a hacer evidente.

Piel de lobo es, en ese sentido, un regreso al piélago infantil, y a la violenta honestidad con la que el niño abraza los límites y la complejidad del mundo. Y es la pericia literaria de Lara Moreno (que se basa en una calculada fragmentación narrativa y en un uso contenido, preciso, del idioma); es su atenta observación de cuanto rodea y aflige y exaspera a sus personajes, lo que hace de Piel de lobo una obra veraz sobre el perdón, sobre el dolor, sobre lo irremisible.

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