Cultura

El hombre y su máscara

  • 'IMPOSTORES. SOMBRAS EN LA ESPAÑA DE LAS LUCES'. Antonio Calvo Maturana. Cátedra. Madrid, 2015. 400 págs. 20 euros

Impostores es un meritorio ejemplo de investigación histórica que acude, no a los grandes sucesos, no a las violentas fuerzas que determinan una época, sino a fenómenos marginales y hechos periféricos por donde se nos releva inopinadamente un siglo. En este caso, además, el propio tema tratado (la impostura, el disfraz, la suplantación, el espionaje) es enormemente sugestivo y define, en buena parte, el mundo contemporáneo. Pero no sólo, o no principalmente, porque la impostura sea, aún hoy, un hábito muy extendido; sino porque el origen de tal fenómeno, en el siglo XVIII, es también el origen de la sociedad moderna.

La tesis, pues, de este Impostores de Calvo Maturana es tan lógica como irreprochable: las mujeres que se hacían pasar por hombres, los hombres que se hacían pasar por clérigos, los villanos que se fingieron nobles o hidalgos, no pretendían sino eludir los gravámenes de una sociedad -la sociedad del Antiguo Régimen- fuertemente estratificada. El caso de Catalina de Erauso, "la Monja Alférez", o de aquel maravilloso impostor que pasó por príncipe de Módena en Sevilla (o el caso de nuestro Domingo Badía, excéntrico y vanidoso espía al servicio de Carlos IV, más conocido como Alí Bey), son sólo piezas mayores de un ignorado y complejísimo terreno, tan imaginativo como fértil, en el que uno echa en falta, no obstante, algunos grandes nombres de la impostura y el disfraz del Setecientos: Cagliostro, Saint Germain, Casanova y un olvidado Torres Villarroel, Gran Piscator de Salamanca, que a sus oficios de astrólogo, añadió sus talentos de matemático, tahúr, médico, sacristán, torero, bordador, saltimbanqui, prófugo y escritor de la primera autobiografía burguesa de la Historia.

Sea como fuere, lo que aquí se explicita, con claridad y solvencia, es la forzada permeabilidad social del siglo XVIII y el modo fraudulento -a veces heroico, a veces no tanto- en el que la sociedad moderna se abre paso. La Revolución francesa, posteriormente, consagraría un modelo social en el que tales ardides no fueron tan necesarios. Poco tiempo después, esta necesidad de ser otro, de diluirse o emboscarse tras una máscara, se transformaría en una variante, en otra posibilidad, netamente urbana: la posibilidad de ser nadie, amparado por la multitud, vigilante y anónimo, en la noche iluminada de la metrópoli.

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