Llucia ramis. escritora

"Si hoy te intentas enfrentar a la corrupción te llaman antisistema"

  • La autora publica 'Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años', su debut ahora traducido al castellano, y la más reciente 'Las posesiones'

La mallorquina afincada en Barcelona Llucia Ramis, fotografiada en su visita a Sevilla.

La mallorquina afincada en Barcelona Llucia Ramis, fotografiada en su visita a Sevilla. / juan carlos vázquez

"La filosofía Coca-Cola nos ha hecho mucho daño", dice uno de los personajes de Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años, el debut en la narrativa deLlucia Ramis, un libro que apareció en catalán en 2008 y ahora recupera la editorial Barrett en castellano, la historia de unos treinteañeros que deberían ser felices -así lo dicta la publicidad del refresco- pero lidian con la inestabilidad laboral y sentimental y su propia indeterminación. Deliciosa crónica de la vida en la Barcelona real, contada con una vibrante frescura que alejaba el texto de las limitaciones del costumbrismo, aquella novela iniciaba, en opinión de Juan Bonilla, "una de las obras más imponentes de nuestra literatura en esta última década". Tan prometedor comienzo no se debió a un afortunado accidente: Ramis (Palma de Mallorca, 1977) ha afianzado en estos años su prestigio gracias a libros como Todo lo que murió una tarde con las bicicletas y Las posesiones, por el que logró el Premio Anagrama de novela en catalán y de cuya edición en castellano se encarga Libros del Asteroide. En su última obra, la autora propone una narración más compleja y madura sobre una joven, periodista cultural como Ramis, que regresa a Palma debido a los desvaríos de su padre, una trama en la que resuenan ecos de un antiguo y macabro suceso y que reflexiona sobre la corrupción actual. Hablamos con Ramis de su primera y su última propuesta, dos títulos que presentó en la Feria del Libro de Sevilla.

-En Cosas que te pasan en Barcelona..., y también en cierto modo en Las posesiones, donde la protagonista tiene también 30 años,retrata una edad intermedia en que los personajes han dejado de ser jóvenes promesas, pero tampoco están reconocidos.

-La acción ocurre en 2007, que es cuando la crisis da sus primeros síntomas, justo cuando todo se va a la mierda [ríe]. Entonces los que llegábamos a los treinta teníamos aún una vida de veinteañeros: seguíamos con los pisos compartidos, todo era muy provisional en el trabajo... Y nos dimos cuenta de que esa precariedad estaba durando más de lo deseado. Fue como tener la crisis de los 40... Pensábamos que a esa edad estaríamos incorporados a un buen puesto de trabajo, que habríamos empezado a formar una familia... Y de repente comprendimos que esa precariedad podía durar para siempre. No ha cambiado el modo en que la generación anterior se relaciona con nosotros: aún nos tratan como becarios, no ha venido el respeto por lo que hacemos. Siguen ahí la condescendencia, el paternalismo.

-Su mirada tampoco es benévola con los integrantes de su generación, los retrata muy perdidos. "Nos educaron para que no nos priváramos de nada que quisiéramos, pero nadie nos guió para que supiéramos qué era lo que queríamos", dice uno de los personajes.

-Con unos amigos llegué a la conclusión de que algo que nos definía era la incapacidad de tomar decisiones, porque lo queríamos todo. Queríamos ser creativos, pero al mismo tiempo ganarnos la vida, y con la creatividad es raro que puedas salir adelante. La vida de freelance. Y ser freelance no quiere decir que seas free [libre] sino que, como un taxi, tienes que estar siempre disponible, debes decir que sí a todo lo que te ofrecen. Tenemos un problema pero no lo afrontamos: bebemos, nos vamos de fiesta, tomamos antidepresivos... Preferimos tener dolor de cabeza por la resaca que pensando cómo salir de esa situación.

-Usted se aleja de esa imagen turística de Barcelona: es casi una declaración de intenciones que en Cosas... la protagonista entre en la Sagrada Familia... con la pretensiónde hacer el amor dentro.

-Supongo que es algo habitual, pero los que amamos Barcelona también la odiamos. Es muy bonita, perfecta, pero se vende barata. La comparo con esta mujer que se empieza a operar y se acaba pareciendo a todas las mujeres que se operan. En Mallorca también lo he visto: es muy fácil cegarse con el dinero rápido. Tú puedes alquilar un apartamento por 200 euros dos días si sólo vienes un fin de semana, pero no si vives allí todo el año... Está muy bien que haya turismo, pero con unos límites. A veces, Barcelona parece más enfocada a los demás que a sus vecinos. La diferencia entre una ciudad cosmopolita frente a una turística es que aunque haya mucha gente que la visita el residente tiene más derechos que el turista. Quería retratar esa Barcelona que es hermosa, pero poco fácil.

-Tanto en Cosas... como Las posesiones la protagonista es periodista y se mueve entre Barcelona y Palma, como usted. ¿Hasta qué punto son autobiográficos sus relatos?

-No soy una persona con mucha imaginación, trabajo habitualmente con la realidad, como periodista. Pero intento que el tema no sea yo. Es verdad que me nutro de vivencias personales, pero no me interesa la autobiografía. No intento ajustar cuentas ni sacar trapos sucios. En el caso de Las posesiones, me sirvo de la familia para hacer un retrato de la sociedad, de las circunstancias que estamos viviendo. Mi pretensión no es describir a mis padres, sino describir un momento. Suena pedante, pero busco la trascendencia de los hechos, de temas como las enfermedades mentales o la corrupción, que afectan a todo el mundo.

-Hablando de corrupción, en Las posesiones narra la historia de un hombre implicado en negocios turbios que, desesperado, acaba suicidándose. Aquello ocurre en los 90. Ahora, dice, la corrupción "está a la orden del día" y "ya no avergüenza a nadie".

-Ahora está tan integrado en la sociedad que cuando vas en contra de la corrupción te acusan de ir en contra del sistema. Siempre ha habido un gran silencio, más allá de los escándalos tipo Cifuentes no hablamos de la corrupción en el día a día, esa que está en todas partes, desde el vecino que quiere quitarte unos metros para hacer una urbanización ilegal hasta el socio que utiliza tu negocio de manera turbia. Ya entendemos que funciona así, es una especie de carcoma que se está comiendo los cimientos de la democracia. Creo que cada vez somos más descarados y cada vez se banaliza más con el tema. La Iglesia promueve la vergüenza, que haya pudor por el propio cuerpo, pero la economía promueve que no tengas vergüenza, que pises a otro o robes, y la crisis ha agudizado todo eso.

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