Fernando Aramburu. Escritor

"La literatura actúa a la inversa que los totalitarismos: salva al individuo"

  • El autor ambienta en el entorno de su niñez su novela 'Años lentos'.

Aunque reside en Alemania desde mediados de los 80, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha continuado inspirándose en su tierra: su obra, una de las producciones más serias de la literatura española, posee esa autenticidad, esa sobria emoción, que caracteriza a los relatos que vuelven la mirada a los paisajes conocidos. Si en Los peces de la amargura, uno de sus títulos más celebrados, exploraba la repercusión en personas concretas de las acciones de una banda terrorista, ahora describe en Años lentos, la novela con la que ha conseguido el Premio Tusquets, cómo era la vida en un barrio modesto de las afueras de San Sebastián en los últimos tiempos del franquismo.

Desde el principio de la historia una voz se dirige al "señor Aramburu" para dejar claro al lector que Años lentos no es exactamente un proyecto de corte autobiográfico. "Ese personaje, como yo, asiste siendo un niño a la realidad de aquel tiempo, en un lugar en el que yo también viví", admite Aramburu. "Decidido esto, no tuve más que abrir el cajón de los recuerdos y sacar todo lo que me pareció aprovechable para la novela, que no fue poco. Pero lo hice con la intención de escribir ficción, no con el afán de contar mi propia vida", manifiesta el novelista.

Aunque Aramburu no oculta su temor a que sus propuestas se juzguen, desde una óptica reduccionista, como un mero testimonio de esa conflictiva realidad del País Vasco -"yo no pongo a actuar temas, eso no me lo permite la literatura; yo cuento las vivencias de unos personajes en un entorno determinado", afirma rebelándose ante esa perspectiva-, entre los asuntos que trata la novela destacan los "primeros síntomas de la acción armada". Julen, el primo del protagonista, se embarcará en ETA gracias al adoctrinamiento del cura de la parroquia, que ha educado a sus pupilos en la causa nacionalista. Aramburu matiza que "no me gusta hablar de la Iglesia como un ser uniforme, como si todos los miembros fueran en la misma dirección, porque no es verdad". En su retentiva hay "sacerdotes muy generosos, que realmente practicaban el amor al prójimo y la humildad", y otros "que antepusieron otra ideología a, digamos, la difusión de la palabra del Señor. Existieron figuras como el sacerdote que retrato, alguien con gran influencia en los jóvenes, que inculcaba no sólo la fe cristiana, también ciertas ideologías".

Pero el autor de Viaje con Clara por Alemania señala que en Años lentos hay cabida para "bastante más" que la trastienda de los orígenes de ETA. Aramburu lamenta que "de la protagonista femenina se hable poco", porque entre los propósitos de su obra estaba "mostrar cómo era ser mujer en aquella época", tiempos adversos en los que la decencia preocupaba más que la felicidad. Estremecen, en este sentido, los primitivos intentos para que aborte la prima del protagonista: chapoteos en una bañera de agua recién hervida, irrigaciones vaginales de agua con jabón, lejía o sal, agujas de hacer punto... "En aquellos años, los 60, era una catástrofe para una familia que una chica se quedara embarazada. Era la comidilla del barrio, incluso había cierta alegría maligna en otros vecinos. Y para la chica suponía una vergüenza", rememora.

En algunas de las páginas de Años lentos, Aramburu completa la narración con apuntes propios en los quese cuestiona sobre el destino de los personajes o el avance de su novela, un apartado en el que el escritor se enfrenta a una vieja culpa. "Recuerdo que en mi barrio corrió el rumor de que determinado vecino era un confidente de la policía. Nunca se demostró, pero la mayoría dejó de dirigir la palabra a este hombre. Y los niños nos contagiamos de esto", cuenta. El desprecio que Aramburu hizo a aquel tipo negándole el saludo "pesaba" en su conciencia. "Me pareció que, aunque ese hombre ya no viviese, merecía una disculpa. Sólo por eso había que hacer el libro", asegura. Al fin y al cabo, la literatura "pone en marcha un proceso contrario a los totalitarismos, que anulan la indivualidad, donde no hay lugar para el matiz, para la disidencia. Y cuando uno levanta una novela actúa a la inversa: con ella intentas salvaguardar al ser humano, darle rasgos propios, pensamientos propios, dentro de un contexto social".

Aramburu se siente parte de un linaje, se pone con modestia "como un enanito detrás de una tradición muy grande": el jurado del Premio Tusquets celebró su novela como una "narración dikensiana". De Dickens le fascinan su "compasión por el ser humano, su lucha por la vida, su combinación entre la tragedia y el humor. Es muy hábil para no sucumbir al patetismo".

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