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El lugar del miedo

Este libro gravita sobre el concepto de ordalía; y en consecuencia, sobre un concepto de culpa y de expiación ajeno a nuestros días. No obstante, la ordalía, el Jucio de Dios, y cuantas variaciones ha conocido la Historia sobre esta forma sumaria de enjuiciamiento, suponen no sólo una distancia temporal, acaso no tan lejana como pensamos; sino una distinta consideración de la naturaleza humana, en la que el hombre comparece por lo que es (bárbaro, hereje, judío, brujo, burgués, rojo, mestizo, etcétera), y no por sus acciones concretas.

Esta forma teológica de contemplar el mundo, que capitaliza una parte importante de la Historia, se quiebra para siempre cuando en el XVIII Beccaria deslinda el pecado del delito, y Voltaire formula una inapelable defensa de la tolerancia religiosa. Que dos siglos más tarde nazismo y comunismo ignorasen deliberadamente esta novedad, no dice nada contra la bondad de tales hallazgos; y sí en favor de una forma arcana de valorar y definir al enemigo, de la que estamos muy lejos de desprendernos. En ese sentido, la bruja de Michelet, de Heine, de Caro Baroja, guarda una triste preeminencia como víctima de una modernidad que eliminó, mediante el fuego, los resíduos de la Antigüedad, considerada como demoníaca.

La peculiaridad de La hoguera de los inocentes, sobre seguir el curso de esta acotación esencialista del Mal, es la de ir ejemplificándola mediante libros. De entre todos ellos, quizá el libro más fértil en horrores sea el célebre Malleus Maleficarum, el Martillo de las brujas, escrito cuando el Renacimiento era ya una vigorosa realidad, y de cuya taxonomía se dedujo una fórmula convencional de análisis y exterminio. También en El proceso de Kafka encuentra Fuentes una moderna forma de opresión, donde la culpabilidad precede al enjuiciamiento. Con todo, es la palabra inocencia aquello que sostiene la totalidad de este ensayo: una culpabilidad previa a la culpa, en la que no intervienen ni nuestra voluntad ni nuestros actos, no puede definirse de otro modo.

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