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De la pureza a la utilidad

Probablemente, no haya nadie en Europa que represente, como Goethe, la magnitud y el oficio del hombre del cultura. A su consideración como poeta, a su estatura creativa, habría que añadir un cierto mandarinato, admitido universalmente, y del que da cuenta Eckermann en sus inolvidables Conversaciones con Goethe. Digamos, pues, que Goethe, aquel anciano amonedado y sobrio de Weimar, es el último hombre que se sueña capaz de abarcar la totalidad de la aventura humana. Una aventura que no es sólo ni principalmente sentimental, sino que incluye el nebuloso monto de los conocimientos, sedimentados durante siglos, como las cordilleras que estudiaron Humboldt y Leibnitz. Ese Goethe es el que protagoniza, todavía, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister; y también aquel que emprende su Viaje a Italia cuando aún no había cumplido los cuarenta. Sin embargo, el Wilhelm Meister de los años itinerantes es ya un hombre que se aleja de lo faústico, del prestigio lírico y abrumado de la Kultur, para entregarse a una idea de utilidad que es también la idea utilitaria, práctica, positivista, que atraviesa el siglo.

Esto quiere decir que Goethe es, en cierto modo, más grande que su obra. A su calidad creativa hay que añadir su significación histórica, que lo convierte en una suerte de pararrayos de la época. No es seguro, por otra parte, y como nos recuerda Miguel Salmerón en las páginas introductorias, que Los años itinerantes... sean la continuación de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. Sí cabe decir, en cualquier caso, que aquella humanidad troquelada y solemne de primera hora ha devenido en hombre práctico, que avizora en futuro en el Nuevo Continente. Con lo cual, se cumple una vez más esa condición anticipatoria -y voluble, si se quiere-, de la obra de Goethe.

Paradójicamente, no es con la mesura y la ironía de Smollet, sino con la trepidación y la inadvertencia de la Radcliffe, como están escritas estas páginas románticas, obradas al cabo contra el propio curso del Romanticismo.

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