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El regreso de Arturo Andrade

  • Con 'Soles negros' (Alfaguara), Ignacio del Valle propone la cuarta aventura de un personaje que se erige en portavoz en tiempos de la dictadura.

Juan Diego Botto (a la derecha, junto a Carmelo Gómez) interpretó el personaje de Arturo Andrade en la película 'Silencio en la nieve'.

Juan Diego Botto (a la derecha, junto a Carmelo Gómez) interpretó el personaje de Arturo Andrade en la película 'Silencio en la nieve'.

Después de El arte de matar dragones (2003), El tiempo de los emperadores extraños (2006) y Los demonios de Berlín (2009), Soles negros (2016) devuelve a Arturo Andrade, ahora capitán del Servicio de Información del Alto Estado Mayor (SIAEM), removiendo el fango esta vez para poner en claro quién ha asesinado a una niña en un poblacho no muy lejos de Badajoz, Pueblo Adentro, "un lugar donde todos tenían a alguien huido, muerto, encerrado o en el exilio", escribe Ignacio del Valle, un lugar como tantos otros en aquella España rendida al Altísimo y al Generalísimo -que tanto monta, monta tanto-, aquella España de crucifijos y banderas, de sotanas y tricornios, de vergüenzas y sinvergüenzas; aquella España de vencedores y vencidos que algunos querrían sumir en las aguas profundas, oscuras, quietas, traicioneras y voraces del olvido; la España del hambre y la miseria, la del miedo, sí.

En Soles negros (Alfaguara, 2016), Arturo Andrade acusa la edad y los palos recibidos: "Se miró al espejo y se peinó -leemos en la novela-. Le habían salido un montón de canas, pero no le importó. Se notaba más gordo. Tenía proyectos, incluso alguna esperanza. Deseos de seguir viviendo".

Arturo Andrade está de vuelta en España después del largo periplo europeo de El tiempo de los emperadores extraños y Los demonios de Berlín, con una doble misión narrativa: resolver un nuevo caso y dar voz a cuantos se quedaron en España entonces, los que tuvieron que lidiar día tras día, durante treinta y seis años, con un orden de cosas ingrato. El capitán Arturo Andrade representa a cuantos tuvieron que arrimar el hombro para evitar que las cosas fueran todavía peor de lo que iban, la mayoría silenciosa (y silenciada) del franquismo, de ahí las muchas aristas que erizan su persona.

La pregunta que ronda a Ignacio del Valle, o una de las preguntas que le rondan, es cómo vivir con un mínimo de dignidad en unos tiempos indignos. La respuesta no es, no puede ser ni concluyente ni satisfactoria.

Arturo Andrade es uno y es muchos, pero no agota las variantes posibles de quienes vivieron o malvivieron en aquellos tiempos. Soles negros convoca una nutrida nómina de opresores y oprimidos en torno al nudo principal, el asesinato de una niña, hija seguramente de los que perdieron la guerra, convertida en carnaza por alguno de los que la ganaron. El tráfico de huérfanos, hijos de caídos o represaliados, es otro capítulo oscuro de nuestra Historia reciente, que creó una tupida red de clientelismo mantenida hasta la democracia e incluso después, como todos sabemos.

Pero es sólo una más de las muchas tragedias cotidianas con que se tejió el tapiz. Arturo Andrade tiene que vérselas con guardias civiles que gustan de excederse en sus funciones y pobres gentes resignadas a recibir un golpe tras otro; maquis empecinados en restaurar la República dando cuatro escopetazos en la sierra; ministros de Dios que gestionan a capricho las almas y los cuerpos de la feligresía; caciques empeñados en que España no deje de ser un cortijo o un coto de caza; oscuros burócratas que hacen aún más oscura la administración de nuestra sociedad; etc. La primera línea de Soles negros podría ser su moraleja: "Malos frutos da esta tierra".

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