La pelota de papel

El Barça, ese devorador de liebres

  • El equipo de Valverde muestra una solidez y un fondo físico vitales para que la técnica acabe noqueando a los enemigos tras el descanso, cuando a éstos les pesan ya las piernas

Suárez y Messi

Suárez y Messi / EFE

El gran enemigo de los atletas de media distancia es el ácido láctico. Es vital metabolizarlo para soportarlo. Y dosificar salvo que seas una liebre. Es lo que parecen los equipos que se enfrentan al Barcelona de Ernesto Valverde, vigorosas liebres. Pero a diferencia de las atléticas, ellos tienen que acabar la carrera. Y controlando el ácido láctico para que las piernas no se queden clavadas. No hay manera. Todos acaban arrastrándose y devorados por el coloso azulgrana, que avasalla en las segundas partes de los partidos como suele avasallar el keniano David Rudisha, plusmarquista mundial de los 800 metros, en su segunda y definitiva vuelta a la pista.

En el Benito Villamarín ocurrió como en el Santiago Bernabéu o en Anoeta. Fue incluso más cruento. El Betis salió valiente, animoso. Y ordenado. Y competitivo. Quique Setién sorprendió con esos marcajes individuales cuando el Barcelona, principalmente Ter Stegen, trataba de iniciar el juego desde atrás. Y el Barcelona jugó incómodo, impreciso. No concedió atrás, porque Ernesto Valverde cuida más la retaguardia que Luis Enrique y dispone menos piezas ofensivas -ahí están sus 9 goles encajados, el que menos junto al Atlético-, pero apenas se acercó, hasta el descanso, en sendos tiros fuera de Sergi Roberto y Messi.

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Setién, que es un estimable jugador de ajedrez, planteó una agresiva partida. Pero no contaba con que en este Barcelona una torre como Piqué también traza diagonales; que un alfil como Sergio Busquets también se desplaza horizontalmente para las coberturas; que los peones se mueven para adelante... y para atrás; y que el rey hace lo que le place, se mueve por donde quiere, sortea enemigos como si fuera un caballo o mata como una reina. Messi es una pieza exclusiva y hace falta el mejor Bobby Fischer, el mejor Kasparov, para hacerle frente.

El genio rosarino brindó una actuación memorable. Sus destellos fueron tales que el Benito Villamarín estalló en un espontáneo y deportivo aplauso de admiración. Los jóvenes contarán a sus descendientes en unas décadas que estuvieron allí, en vivo, para verlo salir de una jaula imposible, como hacía Houdini, en el rincón del lateral derecho.

Los dos golpes que ha dado el Barça tras los intermedios en dos plazas de primera, San Sebastián y Sevilla, han resonado como un martillazo dictando sentencia. La Liga va a ser azul y grana porque nadie, jamás, se ha dejado escapar esa diferencia de 11 puntos que hoy disfruta el líder sobre el segundo. Y porque el Atlético de Madrid tampoco muestra este año trazas de cambiar el signo de esa historia.

Es fácil dejarse llevar por la ansiedad, por la sobreexcitación de tener enfrente al gran Barça, al invicto Barça de Messi. Más de 53.000 espectadores rugían en la grada heliopolitana. Y Guardado, como Joaquín, que ya cruzaron la treintena y bien, hicieron un dignísimo partido hasta que les rebosó el ácido láctico. La última media hora, sobre todo el último cuarto de hora, fue un tormento para el afligido Betis, que pedía que el partido acabara cuanto antes.

Este Barcelona es un prodigio técnico, pero también físico, y ejecuta al enemigo cuando éste aplaca sus embestidas por el desgaste. Ayer fue una fiera hambrienta hasta el pitido final. No dejó de la liebre verdiblanca ni los huesos. Semedo y Jordi Alba van en moto, Busquets y Rakitic son exquisitos que corren muchísimo para atrás y no regatean una ayuda. Luis Suárez pelea hasta con los recogepelotas. Y Messi parece que anda por el prado, que la cosa no va con él. Y no va con él, porque su fútbol está definitivamente en otra dimensión, nunca antes conocida.

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