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Federer es leyenda

  • El suizo se corona como rey de Londres con su octavo título y se distancia con Nadal con 19 Grand Slam en sus vitrinas

  • Cilic, fulminado en tres sets en poco más de una hora y media, acabó llorando de dolor e impotencia

El suizo Roger Federer saltó a una nueva dimensión al conquistar su octavo título de Wimbledon, el decimonoveno Grand Slam de su carrera, con un 6-3, 6-1 y 6-4 sobre el croata Marin Cilic en la final.

A 23 días de cumplir 36 años, Federer se convirtió en el primer hombre que gana ocho veces sobre el césped de Londres, desempatando con Pete Sampras y William Renshaw, y de paso estiró su récord de grandes hasta 19. Puso tierra de por medio con los 15 de Rafa Nadal, con el que peleará en los próximos meses por el número uno de la ATP si nada raro ocurre.

El reloj marca las 15:51 de la tarde -una hora y 41 minutos después de que la pelota se pusiera en juego- cuando la pista central del All England se viene abajo. Las 14.979 personas que colman las gradas saltan, brincan y se rinden ante Federer. Lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a ganar Wimbledon. Ha vuelto a asombrar al mundo.

El suizo llevaba desde 2012 sin triunfar en la catedral del tenis y en los años posteriores muchos temieron que no volvería a triunfar en el la hierba de Londres. Tras perder las finales de 2014 y 2015, en 2016 cayó en semifinales y después se tomó una pausa de seis meses para recuperarse de sus problemas en rodilla y espalda.

Desde entonces, Federer vive en una nube. Ganó Australia, Indian Wells, Miami y Halle antes de llegar a Wimbledon. Y en la hierba más famosa del mundo, donde ganó su primer grande en 2003, se hizo gigante. Muchos dicen que estas dos semanas jugó el mejor tenis de su carrera. Hay una cosa clara: no se dejó un set en el camino al título, algo que sólo había conseguido una vez en un grande, hace diez temporadas en Australia.

Mente libre, piernas frescas y una mochila cargada de confianza, Federer no deja de asombrar. Ayer se convirtió en el tenista más veterano en coronarse en Wimbledon desde que se inauguró la Era Abierta en 1968. A las dos en punto de la tarde, los casi 15.000 espectadores que llenan la central desde muchos minutos antes se levantan para dar la bienvenida a los finalistas. Todo muy británico, lejos de los shows de Nueva York y Melbourne. Aquí no hay humo, no hay extravagancias. Federer pisa el césped e instantes después se coloca la mano izquierda en el bolsillo. Está relajado. Es su casa, es su undécima final en Wimbledon, la vigesimonovena de Grand Slam. Está más que acostumbrado, ésta fue su rutina durante años. La rutina que después se convirtió en un recuerdo hasta que reseteó las cuentas con su título en Australia, esa copa con la despegó su maravilloso 2017.

Pero Cilic, el campeón del US Open 2014, arranca fuerte, valiente. Y con 2-1 a favor se procura la primera pelota de break, pero su resto se queda en la red. En una final, cazar las oportunidades que se presenten es primordial. Mucho más si el rival es Federer y la copa que hay en juego es la de Wimbledon. Así lo demuestra el juego siguiente, cuando a los 21 minutos Federer rompe a su rival y empieza a decantar la final. Poco después, un passing shot de revés le da su primera oportunidad para llevarse el primer set. Cilic la salvaría, pero en la segunga le tembló el pulso y cometió una doble falta.

"Sé que es una montaña muy alta de escalar", había dicho Cilic sobre el reto de medirse a Federer . Y la montaña cada vez era más grande, más empinada. En un pestañeo se le escapa el partido. Federer acelera en el inicio del segundo set y se coloca 3-0. Cilic pide la asistencia del médico, pero lo único que hace el galeno cuando entra es hablarle. Algunos especulan entonces con un ataque de ansiedad.

"Hay millones de personas viéndolo en esta final, toda Croacia... Y en esta pista no hay lugar para esconderse", comenta el interlocutor de la BBC. Cilic, sentado en la silla mientras escucha al médico, se tapa la cara con una toalla, pero al hacerlo de refilón no puede ocultar las lágrimas. Un gigante de 1,98 metros está llorando en la final de Wimbledon.

Quizás estuviera abrumado por la situación, por verse ya tan lejos de la copa. Aunque quizás era el pie derecho, porque cuando pierde 6-1 el segundo set vuelve a llamar al médico y esta vez hay más que palabras. Cilic se quita la zapatilla izquierda, recibe un masaje y una pastilla. Su cara es un poema.

El partido se le escapa ya al croata en el séptimo juego. Con break point en contra, deja una derecha invertida en la red y dimite. Escalar esa montaña era ya un Everest sin oxígeno. Federer se dispone a sacar para ganar. Sin atisbo de duda, lo cierra con un ace y alza las manos al cielo de Londres.

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