Málaga | Sporting · la crónica

Golpe de autoridad del Málaga desde las bandas

  • Remontando El cuadro blanquiazul logra una importantísima victoria ante el Sporting, pese a que éste se adelantara con un gol de Diego Castro, que deja a los asturianos a ocho puntos, igual que la Real Emotivo La unión vivida ayer por equipo y afición tuvo su broche final cuando el choque había acabado

Merece la pena engancharse al fútbol en días como el vivido ayer. En las inmediaciones de La Rosaleda, durante los prolegómenos del encuentro, uno ya se daba cuenta de que no era un domingo cualquiera, que algo especial esperaba. Y es que deporte y espectáculo se dieron la mano desde los inicios hasta el final. Ése en el que los jugadores del Málaga salieron del vestuario, algunos ya sólo con una toalla como vestimenta, para agradecer a los muchos espectadores que se habían quedado en la grada a aclamar a su equipo al son marcado por los Malaka Hinchas, que todavía abarrotaban su curva.

Málaga y Sporting se jugaban algo más que tres puntos. Y sobre el tapete esto se reflejaba en un partido nervioso e impreciso. Los locales querían aprovecharse de una evidente superioridad numérica, aunque los asturianos no se amedrentaban con el ambiente. Entre tanto empuje y tensión, el balón tardó cinco minutos en merodear una de las porterías. Fue la de Roberto, quien atajó sin problemas un inocente cabezazo de Paulo Jorge. Cinco después, Bilic daba una réplica aún más ingenua.

En el mismo lapso de tiempo entre ocasión y ocasión marcado anteriormente, el Sporting mostró claramente sus intenciones: en defensa, reduciendo los metros por su zaga adelantada, ahogaban literalmente al jugador que tenía el balón. En ataque, los balones buscaban al medio centro, especialmente a Míchel, quien con buen criterio iba repartiendo juego a Pedro o a Diego Castro, para que buscaran la espalda de Rossato o invitaran a Jesús Gámez a sus amagos.

Así, por el punto débil del lateral brasileño, llegaba el primer gol. El omnipresente Pedro supo quedarse solo en su banda para dar un pase de los llamados de la muerte a Diego Castro, incomprensiblemente libre de marca en el área pequeña, que marcó plácidamente.

Parecía que esos intervalos de cinco minutos iban a marcar el sino del encuentro, aunque, por suerte para el Málaga, esto no siguió así y el empate llegó en la siguiente jugada. El bello gol de Baha sí que se merece el calificativo de oportuno y redentor. Oportuno, porque cortó de inmediato cualquier atisbo de duda. Redentor, pues rescataba las ilusiones de una afición a la que el tanto del hijo pródigo hizo mella.

Le estaba saliendo casi perfecto a Preciado su plan de cargar el juego a sus extremos para así, aparte de que siempre encaraban, obligar a los laterales malaguistas a no incorporarse arriba. Excepto en ocasiones, donde de las pocas que había la más destacada fue una de Paulo Jorge a la que el meta sportinguista respondió con una mano soberbia (como la usada por el luso para controlar el balón entre los dos centrales), los gijonenses daban una sensación de control superior a los malagueños.

Vista la falta de fluidez por la banda, Muñiz fue a ganar allí el partido. Metió a Gerardo por el intermitente Paulo Jorge y acto seguido llegó el gol de Antonio Hidalgo. Pese a que certificaba la remontada, no era suficiente. Había que jugarse el todo por el todo. El ascenso es una recompensa demasiado importante como para escatimar nada. Y los dos técnicos eran conscientes de ello. Así, Preciado sacaba a Kike Mateo por un central. Aunque no variara el dibujo, sí sus intenciones. Muñiz contestaba con Erice, por el amonestado Apoño para dar equilibrio, y Eliseu, para revertir la tendencia del juego y recuperar el control de las bandas.

En una galopada incontrolada del portugués llegó el 3-1, que hasta en su celebración parecía la puntilla. Pero el Sporting no tiró la toalla, pese al cansancio, hasta el final. Y llegó el momento de Goitia, que tuvo que lucirse en dos ocasiones y nada pudo hacer en el gol de Hidalgo. Pero el golpe de autoridad ya estaba dado. Ocho puntos en nueve jornadas es una sugerente diferencia. Y es que merece la pena engancharse a espectáculos así.

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