Liga bbva

Samu ya tiene su cuento (3-2)

  • El canterano decide de manera agónica, en el minuto 93, un derbi de escasa calidad y lleno de miedo. Por dos veces empató el Betis en un partido circense y lleno de locura.

Fue como un partido en el recreo del manicomio, sin calidad y repleto de nervios. Demasiados. No es de extrañar que hubiera seis minutos de prolongación, que Samu se vistiera de superhéroe in extremis y que hiciera falta convertir la portería de Andersen en un pinball para que entrara su tanto agónico en el 93', que hizo vomitar a La Rosaleda toda la tensión acumulada antes. El empate a miedos habría sido lo más justo si Aristóteles hubiera guionizado la noche, pero el sello Hitchcock era el que presidía la noche. A falta de fútbol, la taquicardia condimentó una noche de horrores de dos equipos quebradizos. Para Samu, cómo no, siempre será el cuento de un príncipe que derrota a un dragón verde y blanco cuando la princesa se hundía con el castillo. Una historia preciosa. Su primer gol en Primera División le fue regalado justo cómo él lo encargó de pequeño en su cabeza. La Rosaleda lo jaleó como el final de un blues.

Si hubo cinco goles no fue por el fútbol de salón de ambos, sino por sus peripecias circenses. Daba la sensación de que en este tipo de partidos de corbata apretada era vital marcar el primero. Lo acabó siendo, aunque con varias volteretas posteriores. Lo cerró Samu, casi el nieto de la plantilla, lo abrió Santa Cruz, experto y afilado abuelo. Andersen y Perquis le dieron barra libre de cabezazos. Al segundo, consecutivo, marcó, depositó otra mochila llena de ladrillos en la espalda verdiblanca y se dejó de protocolos de oropel: lo celebró como la ocasión de agobio clasificatorio merecía.

El Betis daba pena, literalmente. Sin alma, como extraños que compartían sólo la camiseta. Hasta que Verdú, su jugador de mayor calidad, empató como un náufrago que dispara la única baliza que le queda. Era el primer tiro bético. Gol relleno de magia y envuelto en una falta innecesaria de Sergio Sánchez, que luego compensó con intervenciones más propias de Weligton. Un boxeador semihundido no puede lanzar un golpe ganador salvo que su rival baje la guardia. Pero es que este Málaga también juega bajo prescripción médica. El 1-1 le devolvió a la isla con sus vecinos.

Encendido el faro de Verdú para tener en pie al Betis, Portillo prendió el suyo. Se echó el equipo encima, a Darder no le dejaron, a veces por falta de chispa, otras por el despiste que le procuró Schuster adelantándole y retrasándole en el campo. A su ritmo empezaban a resquebrajarse los centros del campo cuando ocurrió el tremendo mal rato con Perquis. Fabrice porfió un balón que el polaco ya daba como jugada acabada. Por eso el cabezazo le pilló sin esperarlo, por detrás, y cayó al suelo inconsciente. La ambulancia tuvo que entrar en La Rosaleda, que revivió tensiones como los sustos que protagonizaron en su día Pellegrino y Eguren. Tras cinco minutos de interrupción y el defensa camino al hospital, el balón volvió a quitarle el protagonismo a los médicos. Y el Betis con un niño, Caro, como central. Otro que quiere quitarse esa etiqueta, Vadillo, logró lo que pocos, dejar a Weligton tirado. Pero sortearlo a él y a Caballero son muchos obstáculos en la misma carrera. Salió la mano milagrosa del argentino, que enrocó el 1-2 por el 2-1; la jugada inmediata acabó con Portillo viendo por el retrovisor a Eliseu, que recortó y marcó. Kilos de nervios fuera y de nuevo el cetro pasaba de Verdú a Portillo.

El manicomio rizó el rizo rizado en sólo dos minutos, los que tardó Jordi Figueras en asestar un cabezazo de manual. Otro empate, otro intercambio de estados de ánimo. El Málaga atacando con la responsabilidad briosa que da ser local, el Betis en la inestabilidad del contragolpeador ocasional. El miedo tiñó y desbarató las últimas ocasiones de cada equipo. Jorge Molina pisó el balón cuando tenía todo para buscar a Caballero, Juanmi disparó al muñeco tras un desmarque genial, Portillo no controló el pase atrás de Antunes, Steinhöfer no dio un claro pase de la muerte a Jorge Molina. Hasta cuatro tomas tuvo esa película de miedo final hasta que en el tercero de los seis minutos de descuento por el incidente de Perquis Eliseu cabalgó como siempre lo hacía. Tiró todos los bolos a su paso y Samu canjeó su momento de gloria. Se oyó tanto el grito de liberación malaguista como el silencio inconcebible de los béticos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios