Málaga-deportivo

Sequía en Martiricos (0-0)

  • El Málaga, que jugó ante diez todo el segundo tiempo, mostró pocos recursos para hurgar en un Dépor conforme con el empate. La respuesta táctica de Pellegrini fue hacer los cambios de siempre

Otro episodio de impotencia, frustración y decepción, viejos conocidos de La Rosaleda. Nada nuevo, de esos ha escrito muchos el Málaga, tantos como ha visto su afición esta temporada. Sólo cambiaron la hoja del calendario, el nombre del rival y el mercurio, sofocante ayer, quién sabe si tanto como el empate a nada. En un partido muy aburrido, el calor se impuso al gol; en la segunda parte Eliseu llegó a pedir una gorra al banquillo para atajar sus problemas con el sol y el banquillo del Deportivo parecía más bien un quiosco: los jugadores de Lotina demostraron más voracidad para ir a coger las botellas de agua que para buscar a Caballero. Tomárselo con ironía quizá sea más sano para el aficionado, que si analiza el asunto con rigor científico puede ir preparando el desembarco en la categoría de plata.

De manera concisa: el Deportivo plantó el autobús, al Málaga se le escapó otro tren. La expulsión de Laure al filo del descanso debió haber sido un punto de inflexión, pero no lo fue. Por cierto, en la segunda amarilla del lateral llamó llorón a Eliseu agitando su puño contra el ojo. El deportivista resumió bien la temporada del luso, aunque Pérez Lasa le pilló, algo curioso porque estaba de espaldas al colegiado. Es sheriff de arma rápida el vasco, que unos segundos antes de su numerito invalidó un tanto de Sebastián Fernández por un supuesto incordio de Rondón a Aranzubia, a quien ayer el colegiado le sobreprotegió en cada salida de sus dominios.

Así que el Málaga se marchó al descanso con la receta que no supo encontrar antes: mover al Deportivo de una banda a otra, buscar superioridades por banda y alternar los sustos con disparos desde la frontal y buenos centros. Pero fue mal cocinero. Más bien pareció jugar al billar en una mesa sin agujeros. Con casi toda la posesión siempre, se limitó a combinar de Eliseu a Apoño, de Apoño a Jesús Gámez y viceversa, sin ser profundo ni por el centro ni por la banda.

Con diez, el Deportivo se quitó la careta y reconoció con su fútbol de encierro que un punto era oro puro. El Málaga no es que hiciera honor a Helenio Herrera, sino que demostró su falta de fundamentos futbolísticos, tanto en el campo como en el banquillo, para destripar el choque. Las intenciones fueron buenas, no dejarse llevar por la impaciencia y desplazar de una banda a otra buscando boquetes. El problema es que le sobró calma y se olvidó de buscar a sus referencias dentro del área, que al fútbol se gana por k.o. Rondón se volvió loco pidiendo el esférico una y otra vez.

Muchos miraron al banquillo, donde a Pellegrini le engulle ese dicho de que un equipo es el reflejo de su entrenador. Pedía un viraje táctico el partido para aprovechar la superioridad y el chileno se limitó a hacer los cambios de siempre: el primero que se quitó el chándal fue Maresca, cómo no por Recio, como siempre para ni siquiera hacerlo igual que él. Luego el turno de Quincy por Portillo. Bullicio por academia para buscar algo de chispa en banda. Parece que el Ingeniero es el único que piensa que al holandés aún le puede prender la mecha. Y, al final, si hay que guardar la ropa, Sandro Silva por Sebastián Fernández cierra el turno de sustituciones; como ayer era día de riesgo, Pellegrini tiró la casa por la ventana dando entrada a Juanmi por el charrúa. El Málaga siguió jugando como un abanico, sin verticalidad. Y para colmo, el Deportivo fue quien tuvo la ocasión más clara, con Xisco porfiando un esférico que despejó Caballero. Luego la tuvo Maresca, cierto es, pero sólo fue un respiro en el desierto. A lo mejor esta noche resulta que el Málaga le ha comido un punto a la salvación. O a lo mejor alguien el club detecta la gravedad del caso y toma medidas ejemplares.

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