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Simeone le secuestra el fútbol al Málaga (0-0)

  • El Atlético de Madrid, intenso hasta rozar por momentos la brusquedad, le plantea un feo partido a los de Pellegrini, incapaces de desenmarañarlo. Le faltó fuelle en la segunda mitad al equipo.

Si hay algo que Diego Simeone tiene por delante es tiempo. Por eso entendió el partido de La Rosaleda como un punto de partida. Se dedicó a sembrar. Quiso que los suyos agarraran la identidad y olvidaran vicios del pasado. Tenía tanto que modelar que hasta se olvidó de jugar al fútbol, de encender el interruptor con goles. Falcao remató el tobillo de Monreal con más fe que los pocos balones que le sirvieron. Ese escenario para el Málaga se convirtió en un muro durante la primera mitad y en un Everest tras el intermedio. Entonces, el partido de Madrid apareció en las piernas y el de vuelta en la cabeza. Debía ser un choque de trenes pero cada uno circuló por una vía. Esos negocios suelen acabar con un empate positivo para el que tiene tiempo por delante y escaso para quien rema contracorriente; tibio para el espectador neutral.

El nuevo técnico se encomendó a Tiago, representación del vigor que buscaba el argentino; Pellegrini, a Cazorla. Sólo con estar, el asturiano daba un avance. Pero no sólo estuvo, estuvo bien. Su primera parte fue de reconciliación con la grada. Eso sí, hay que ir acostumbrándose a olvidar al menudo desequilibrante del Villarreal. El chileno, al menos hasta que no crea que tiene algo mejor, lo ha reconvertido a medio centro. Deja de ser un carguero para quedarse como arquero.

El Ingeniero trató de combatir la fatiga física y mental de la Copa del Rey con cinco cambios. Entre ellos, Buonanotte. Quizás para ganar la batalla psicológica a Simeone. El Enano corrió a abrazar al Cholo, su maestro en River, antes de empezar. Siete minutos después casi le clava un puñal. Courtois, que sale con esos brazos y piernas interminable, le trajo la oscuridad al argentino. Buenos movimientos de Buonanotte en su titularidad, no suficientes para una buena pesca.

Toulalan volvió a invitarse a la fiesta él solo. Es irónico lo suyo: en los partidos físicos, reluce buen trato del balón. Por momentos, aglutinó la creación. Las pocas veces que lo permitió el Atlético, claro. Del equipo rojiblanco ya puede decirse que es de Simeone. Los jugadores se preocuparon por mantener la posición, por agradar al técnico, a veces hasta más incluso que de jugar al fútbol. De sobresaliente sólo estuvieron cortando el ritmo del Málaga. Patadas subterráneas y empujones antes de controlar sobraron. Jugando al límite del reglamento y de la paciencia de la grada. En el nuevo abecé que intenta enseñar, la a, de agresividad, ya la ha enseñado. Los de Pellegrini llevan otro chip en las venas. Basta recrearse en Toulalan al borde del descanso. Amenaza con perder el esférico ante tres rivales. Lejos de ponerse nervioso, aguanta, regate de videojuego y apertura a Monreal. El patadón nunca es una elección, sólo una resignación.

Pero siempre percutió contra un muro y a la segunda parte llegó en reserva. Apareció una amenaza fea, el contragolpe, que podría haber sido un navajazo terrible. Se ve que Simeone aún no ha llegado a esa lección.

Podrá lamentar el pecho de Cazorla, salvador de un cabezazo de Godín; Pellegrini hará lo propio con la mano izquierda de Courtois a giro de cuello de Rondón. El empate es un inicio para Simeone y otro arañazo para el Málaga.

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