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La estirpe charrúa

  • La garra de Sebastián Fernández da continuidad al historial de bravos uruguayos que han pasado por Martiricos · La Rosaleda ya le adora: "Es muy emocionante el cariño de la afición"

Al Málaga siempre le fue bien con un uruguayo en sus filas. De hecho, dicen futbolistas ya en el retiro que a los portugueses les cuesta mucho implicarse en la dinámica de un vestuario y que tener un argentino o un charrúa en el grupo es sinónimo de liderazgo. La efervescencia de Darío Silva marcó de por vida la forma de entender cómo un delantero puede valer tanto por sus goles como por su trabajo. De los Santos se erigió como uno de los grandes líderes del Málaga contemporáneo. El Gato Romero se dejó la rodilla en el campo y la garganta en el vestuario. Diego Alonso garantizaba unos entrenamientos tan competitivos como divertidos. El Chengue Morales, tan denostado de corto, tiraba del grupo en los malos y en los peores momentos... Sebastián Fernández pertenece a esa estirpe. La ciudad ya lo sabe.

Su carácter futbolístico es un legado cultural. Los charrúas fueron una unión de pueblos amerindios antecesores del actual Uruguay. Recios y de gran organización social, dedicaban su vida a la caza y la recolección. Guerreros como Papelito. Cuando Sebastián Fernández fue contratado por 3,6 millones, hasta ese momento la mayor suma en la historia de Martiricos, el aficionado se encontró con un semidesconocido delantero del que esperaba goles, por su alto caché y su llegada a semifinales del Mundial de Sudáfrica con Uruguay. Ante el Mallorca anotó su quinto tanto de la temporada, una cifra discreta para ser un delantero de referencia. Y, sin embargo, ni su bagaje anotador ni esos 3,6 millones pesan a lomos de sus 167 centímetros. La Rosaleda ya le adora; siempre está entre los que más raciones de aplausos recibe. "Noto el gran cariño de la gente, por descontado. Estoy muy agradecido y es muy emocionante", apostilla él visiblemente feliz.

El Seba cautiva por su asombroso derroche físico. Un tipo peleón y puñetero, un Forestieri que corre con sentido táctico y cuyo tono no se diluye con el correr del reloj. A veces tan espumoso que purga demasiado el peaje de malos controles o llegar sin chispa a los metros finales para hacer daños a los porteros. Capaz de errar remates claros (aún le duelen los fallos del día ante el Getafe) y de robar balones de cabeza a los centrales. Solidario por genética: "Lo personal va con el equipo. Hay que estar juntos; esto no es tenis, es fútbol". También un todoterreno que rompe el pulsómetro cada partido y que ya tiene en su bolsillo a la afición, que históricamente ha sabido premiar a los que empapan la camiseta.

Empezó siendo la flecha derecha de un ataque de tres con Jesualdo Ferreira. Sus méritos resultaron intermitentes y luego purgó una época rara de suplencias y ausencias de la convocatoria. Para Pellegrini era un suplente indiscutible y el primer revulsivo hasta que la lesión de Julio Baptista le convirtió en un asidero para el chileno. Ahí cambió su estrella: desde entonces ha marcado tres de sus cinco goles. Y ha sumado méritos intangibles: a su lado se ha desatado el mejor Rondón, que con él al lado sabe que tiene que correr menos y salir tanto del área para entrar en contacto con la bola. "Puede ser mi mejor momento personal. Me siento muy bien y espero seguir así ayudando al equipo", diagnostica él.

El retorno del brasileño amenazaba su titularidad, pero el técnico blanquiazul reinventó sus planes para aunar el reactivo con Baptista y la justicia al buen trabajo del uruguayo. El resultado, uno de los mejores partidos de la campaña con goles repartidos entre ambos. Lo que no cambió fue que acabó de nuevo sustituido; ante el Mallorca ocurrió por décima vez esta temporada. Algo que habitualmente no gusta a un futbolista pero que se agradece con ovaciones en La Rosaleda, cuyo espíritu de fácil reconocimiento canaliza a la perfección la combatividad de los charrúas.

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