Copa del rey

El soldado volvió a casa (2-2)

  • El Málaga da un recital de fe y compromiso para igualar in extremis en el Camp Nou y traer la eliminatoria a Martiricos con una mínima ventaja. El equipo se rehizo a dos fallos y una roja.

Cuántos soldados se fueron al frente sabedores de que no volverían, cuántos familiares se quedaron esperando en vano. Cuántos realmente creyeron que la eliminatoria de cuartos regresaría viva a La Rosaleda. El batallón comandado por el sargento Colocho sí. Derrochó una fe brutal, la suficiente para igualar la calidad del Barcelona y traer un empate más que edulcorado a Málaga. De valor doble numéricamente, incalculable en lo anímico. A cada varapalo se hicieron más grandes los soldados de Pellegrini, que vuelven a casa magullados pero con un mensaje de paz y optimismo: esta guerra sí que se puede ganar.

Resarcirse del meneo de hace cuatro días ya era meritorio. Tener la serie de cara para poder eliminar al Barcelona resulta una tremenda conquista. Tendrá que exponer lo máximo el cuadro de Tito Vilanova para darle la vuelta al signo de los cuartos de final. El sentido común frena la euforia, porque no necesitan una proeza para dejar en la cuneta al Málaga. Pero el contrapeso lo ponen la moral y la esperanza sembradas en el Camp Nou. Los de Pellegrini se adelantaron allí y empataron in extremis, con diez en el campo. Según el manual de equipo grande: nunca derrotado, insistente, solidario. Compitiendo de usted a usted.

Todo gracias a un recital de compromiso y confianza en la segunda mitad. No dio tiempo a imaginar el escenario del triunfo ni cuando Iturra puso en franquía el marcador. El chileno convirtió el Camp Nou en su latifundio y decidió que no le hacía falta personal para sacarlo adelante. Él adelantó la presión hasta los dominios de Pinto, él fue en estampida a por Thiago, él le robó el cuero y él definió, con temple de estilete, cuando se quedó solo ante el gaditano. Todo él. Y cinco minutos después ya iban perdiendo. Otra vez alfombrando los goles azulgranas. Weligton completó el peor minuto de su carrera en el Málaga. Primero intentando driblar a Messi, cuando le presionaba como una exhalación, luego despistado en la marca a Puyol en el saque de esquina, probablemente porque los fantasmas del fallo anterior todavía pululaban por su cabeza. De no ser por el contrato fijo de Alexis con la ceguera goleadora, la brecha en el marcador se habría puesto insalvable.

Había 15 modificaciones juntando los onces de ambos conjuntos con respecto al domingo, pero el Barcelona conservaba a Messi e Iniesta, jugaba desde un estrato superior. Ante esa carencia, el Málaga decidió igualar el choque desde la entrega, la entereza y la unión de líneas. El Málaga demostró haber aprendido la lección del domingo, cuando tras el 0-1 de Messi se mostró contemplativo y a merced para claudicar ante la fluidez catalana. El reloj no transcurrió como una amenaza de contragolpes en contra, sino como una oportunidad cada vez mayor. Salvo un avance de Tello que no encontró rematador, Pinto salió más a escena que Kameni. Primero en un derechazo de Eliseu escorado, después en una volea de Seba Fernández que atajó en dos tiempos de manera felina. Por entonces, Iturra había decidido que el Málaga se mudara a vivir al campo del Barcelona.

Vilanova vio el cambio del decorado y reaccionó rápido. Metió de una tacada a Pedro y Cesc. Apenas recién entrados ambos conectaron químicamente. Balón en largo para el canario. Pasó por allí Monreal para molestar y el extremo chocó sus piernas, parece que sólo por el efecto rebufo. Roja al navarro cuando el Málaga maldecía la falta previa de Mascherano a Santa Cruz no pitada. Quedaban 15 minutos para sufrir panza arriba.

Pero el Málaga no hizo eso. Se olvidó de que tenía diez hombres y siguió a lo suyo. Iturra, que se llevó varias carteras azulgrana a casa, tenía gasolina para haber maquillado una expulsión más. No sólo se ordenó con sentido el equipo, sino que no le dio la espalda al ataque. De forma básica, pero efectiva. Balones para que Santa Cruz los bajara y diera oxígeno, esféricos para que Duda colgara alguna amenaza. En el último minuto, en una de esas faltas en las que el optimismo enraíza en la mente del que sufre, Duda colgó un S.O.S. perfecto y allí apareció Camacho, al que el destino le canjeó el regalo a Messi del domingo por una oportunidad pintiparada. No la falló, no podía fallarla. 2-2, como el Madrid, el único que había logrado rascar algo en el Olimpo.

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