ANÁLISIS

Déficit de competitividad

  • BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas han estudiado las capacidades de las regiones en un contexto internacional y Andalucía no sale bien parada

Déficit de competitividad

Déficit de competitividad

Definámosla de forma sencilla: capacidad para competir. Para observar su evolución en el corto plazo hay que fijarse fundamentalmente en la tasa de inflación y en el tipo de cambio, por lo que, en el caso de España, que comparte moneda y política monetaria con sus principales socios comerciales, puede parecer una cuestión de escasa relevancia. A largo plazo, sin embargo, influyen otras circunstancias, como el nivel tecnológico o el capital humano, así como cualquier otra cosa, incluidos intangibles como la imagen (diseño) o la reputación, que afectan a la cualidad (calidad) de los productos y, por tanto, a su valoración por los mercados. El problemas es que, si bien todas ellas están permanentemente cambiando, lo hacen tan lentamente que no siempre son perceptibles por las estadísticas y, por lo tanto, difícilmente observables. En cualquier caso, si hemos aceptado la competitividad como una facultad o aptitud para la competencia, habrá que admitir que el ámbito regional resulta particularmente interesante de observar, sobre todo si entra en juego la posibilidad de convertirse en tierra de acogida de iniciativas emprendedoras, que normalmente se presentan acompañadas de empleo y prosperidad.

Así lo han entendido la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas que, basándose en el Índice de Competitividad Regional que elabora la UE (RCI, por sus siglas en inglés), han estudiado la situación de las regiones españolas en un contexto internacional, con resultados bastante decepcionantes en términos generales y preocupantes en el caso de Andalucía. Dando a la media europea un valor 100 en 2016, solo dos regiones españolas están por debajo de 50 y una es Andalucía (la otra es Extremadura). Quizás todavía peor es la comparación con el dato anterior (2013), puesto que Andalucía es nuevamente la segunda que más empeora, en este caso detrás de Murcia.

La clave para entenderlo es que Andalucía está por debajo de la media española en activos basados en el conocimiento (capital humano y tecnológico), mientras que está por encima de la media en empleo no cualificado y capital inmobiliario y que estas diferencias han aumentado en los últimos tiempos. Según los autores de la investigación, dirigida por el profesor E. Reig, los activos basados en el conocimiento han frenado la caída del valor añadido en todas las regiones, excepto en Andalucía, Canarias y la Comunidad Valenciana, además de constatar una mayor influencia del conocimiento en la explicación de las diferencias regionales de renta. El círculo virtuoso por el que el capital humano aumenta la productividad y la generación de valor añadido, al tiempo que estos aumentan la demanda de capital humano, tiende a perpetuar e incluso ampliar las desigualdades y pone en evidencia la importancia de la educación. Un dato relevante es que, constatado que el capital humano aumenta con el nivel formativo de los empresarios, se observa que los empresarios andaluces cualificados todavía no alcanzan el nivel que tenía Madrid en el año 2000, como también ocurre con el porcentaje de trabajadores con estudios superiores.

Si nos adentramos en las interioridades del RCI se pueden encontrar detalles de interés, con posibilidad de extraer sugerencias para Andalucía. El RCI integra tres bloques de competitividad (motores básicos, mercado laboral e innovación) en un indicador sintético que ofrece un valor de 49,6 (UE=100) para la comunidad, que la sitúa en la posición 220 de un total de 263 regiones. En el primero de los bloques Andalucía obtiene una puntuación de 55,2 (posición 164) gracias a que tanto en salud como en educación básica supera la media europea, aunque suspendiendo claramente en infraestructuras, estabilidad macroeconómica (déficit y endeudamiento) e instituciones.

El segundo bloque se refiere al mercado de trabajo y, como cabía esperar, los resultados son catastróficos para Andalucía. El indicador del bloque es 31,1, lo que nos sitúa como la región 244 de la Unión Europea, únicamente superada negativamente en España por Extremadura. En este caso, deficiencias de formación, fracaso escolar y tamaño del mercado contribuyen significativamente al deterioro del indicador, pero sobre todo la ineficiencia del mercado laboral, sólo comparable al de algunas regiones griegas e italianas.

Por último, el indicador del bloque de innovación puntúa 33,3 y nos sitúa en la posición 187 en la escala regional europea. Todos los componentes (formación tecnológica, sofisticación empresarial y actividades de innovación) puntúan negativamente, pero especialmente el de intensidad en actividades de innovación, tradicionalmente reconocido como una importante fuente de externalidades positivas en el entorno inmediato.

Tanto el informe de BBVA e IVIE como los detalles del Índice de Competitividad Regional proporcionan un interesante bagaje de sugerencias, por si en Andalucía alguna vez nos decidimos a abordar el problema de nuestro déficit de competitividad. Hay que indicar, no obstante, que las dos referencias tienen lagunas importantes. Por ejemplo se ignora la competencia fiscal, tan desfavorable para Andalucía en los últimos tiempos y con alta probabilidad de empeorar en los próximos meses. Tampoco se contempla la perversión de una política regional que si bien ha servido para corregir las diferencias en las capacidades de compra de los ciudadanos, lo ha hecho a costa de mantener inalterado el estado de los desequilibrios regionales.

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