el poliedro

José Ignacio Rufino

El impuesto del sudor de la frente

Asombra cómo se olvida que el rescate no fue bancario, sino 'cajario', mientras el modelo de negocio metamorfoseaMientras la banca se hace antipática, el antibancario se 'transversaliza'

Hace unas semanas, Pedro Sánchez, en busca del discurso perdido y desesperado por tener uno propio, lanzó un mensaje con tanta vocación popular -si identificamos popular con simplista- como poco realista. Proponía que el descuadre de ingresos por cotizaciones y pensiones comprometidas se financiara con un impuesto especial a la banca. Sostenía tal propuesta, no exenta de magia de chistera, porque era "justo después de que los españoles contribuyeran al rescate de la banca con el sudor de su frente". Es cierto que los españoles contribuyeron a tal emergencia… aunque convendría utilizar un tiempo verbal más preciso: contribuyen y contribuirán, porque ese rescate se produjo sobre todo con préstamos exteriores, que se van pagando con los presupuestos públicos. Cabe argumentar diversas cuestiones, pero hay una básica: los principales bancos españoles no fueron rescatados: Santander, BBVA o Caixabank más bien asumieron restos de otros naufragios. Aunque la mayor concentración u oligopolio de facto implica falta de competencia, mal servicio y menos cliente -blablablá aparte-, la banca vigente no fue rescatada. El cliente ha salido fortalecido con internet. Pero no en la banca.

El rescate fue cajario, muy principalmente de los enormes agujeros que creó la promiscuidad de las cajas de ahorros politizadas o comandadas por ignorantes financieros, si no por corruptos que mamporrearon desde las cajas de ahorros la avidez de sus partidos (y sus propios coletos, no pocas veces). Quitando Bankia, que progresa más que adecuadamente con la propiedad pública tras los desmanes valenciano-madrileños de su anterior y nefasta etapa (nefasta para el país y sus contribuyentes: 24.000 millones), ningún actor de la escena bancaria española actual ha sido rescatado. O sea, que sudor de nuestras frentes, no sé yo. Y también cabe preguntarse si se pueden cambiar las reglas del juego de esa manera tan, lo dicho, simplista y populista. No entramos en atajos argumentales antibanca tan propios de los nuevos púlpitos de la izquierda que se unen a la derecha falangista y al antisemitismo: hablamos del rescate y de cargarse su solvencia con un hachazo en impuestos para pagar las pensiones cada mes: ¿pensó el economista Sánchez en el posible efecto de una medida como esa?

Sin embargo, ciertos factores como el estrechamiento de los márgenes de las operaciones de activo (hipotecas y otros créditos), la caída de su negocio de pasivo (los dineros que les confiamos a los bancos, que ellos invierten), los marrones en forma de deudores fallidos y, también, la competencia de las fintech y otras formas de banca digital a tiro de móvil, donde está el futuro, han convertido a los bancos en antipáticos adversarios de los clientes, por mucho que no paren de decir que el modelo de negocio ha cambiado de ser de producto a estar enfocadísimo al cliente. El cliente de a pie se ve haciendo colas interminables, es pastoreado hacia internet y no a la sucursal del barrio… si es que no la han cerrado, igual que los cajeros ("el cajero más cercano" puede estar muy lejos). Los mayores sufren crisis de estrés para actualizar su cartilla entendiéndose -o no- con una pantalla en plena calle. O la mencionada cola para consultar un cargo que no entienden, con pocas sillas alrededor y unos empleados al 150% de, también, estrés. Que se ven forzados a hacer de agentes inmobiliarios o de seguros, vendedores de plasma o licuadoras, cajeros y a la vez interventores, o el pino puente sin manos si llega el caso. Todo esto es cierto, como que este cambio es radical, vertiginoso e irreversible. Pero de ahí a encasquetarle el descuadre de las pensiones por arte de birlibirloque con, abracadabra, el "impuesto del sudor y la fatiguita del español" va un abismo.

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