Entrevistas

"Estamos muy mimados, nos volvemos perezosos"

-¿Cuánto lleva en la psicología clínica?

-Más de 30 años. No soy capaz de decir los pacientes que he visto. Soy partidaria de terapias rápidas. No me gusta entretener a la gente para no dar resultados.

-¿Qué tienen en común sus pacientes?

-Que sufren. Unos por cuestiones que objetivamente serían terribles y crueles, una auténtica tortura, y otros por nimiedades.

-¿Hay quien se deprime por una nimiedad?

-Una señora esperaba que su marido le regalara en Navidad un abrigo de visón, como el de su vecina, pero apareció con uno de mutón. Se lo estampó en la cara y vino a verme con depresión.

-¿Y usted qué hizo?

-Le dije que tenía que aprender a minimizar.

-Y tanto.

-Sin embargo, otra persona me dijo, con gran entereza: "Olga, ayer enterré a mi hija, ayúdame a salir adelante porque mis otras hijas me necesitan". Cada cual tiene un umbral para el sufrimiento.

-Quiere decir que es subjetivo.

-Claro. En general estamos muy mimados. Tomamos pastillas para estar contentos, para estar tranquilos y para empalmar. La humanidad se está volviendo perezosa.

-¿Si leo su libro aprenderé a ser más feliz?

-A Abderraman le preguntaron si había sido feliz en la vida. Contestó: "Catorce días, y no todos seguidos". La felicidad total no existe.

-Vaya.

-Además, no soy partidaria de los libros de autoayuda, ni de las recetas. Cuando hablo de la conquista de la felicidad aludo a la necesidad de estrujar la vida en cada momento, sacarle el máximo partido.

-Pero aconséjeme cómo hacerlo.

-Lo importante es estar a gusto dentro de tu pellejo. Y para eso tienes que conocerte a ti mismo, que es una aventura que dura toda la vida. Si no sabes quién eres, qué quieres y adónde vas...

-¿La gente no se conoce a sí misma?

-Citaré a Groucho Marx: "Mi padre decía que era sastre, pero nadie opinaba lo mismo".

-¿Y por qué no nos conocemos?

-La explicación puede estar en los comienzos de cada cual: que te ayuden a caminar primero y luego te permitan equivocarte. Se aprende de errores y de aciertos.

-Eso es cuestión de suerte.

-Por eso hay que prepararse bien para ser padres y educar niños felices. Cuando unos padres me dicen que me van a traer a su hijo de siete años suelo pedirles que mejor vengan ellos.

-¿El problema son los padres?

-A veces ni tengo que ver al niño. Hay padres que se molestan cuando les hago ver que se han equivocado en la educación de su hijo. Ni se han preparado, ni comparten las normas... Prefieren que les diga que el niño está picaíto antes que reconocerlo.

-¿Qué deben enseñar los padres?

-A tolerar las frustraciones. Si de pequeño te pegas un coscorrón, te dicen que no pasa nada, no hacen de ello una tragedia. O te niegan muchas cosas que pides, porque en la vida nos vamos a encontrar con muchos "no".

-¿Por qué se metió a sexóloga?

-Estudié Filosofía y Letras y cuando hice Psicología tenía ya tres niños. La edad jugaba a mi favor. Mis compañeros querían ser psicólogos escolares y a mí me interesaba la parte íntima, donde se sufre por algo que no está resuelto.

-¿Ha arreglado muchas parejas?

-Muchas, muchas. Evidentemente porque tenían voluntad de hacerlo y eran alumnos aventajados. Lo importante es la comprensión, la admiración y el respeto.

-¿Y el sexo?

-Es algo maravilloso, pero la gente lo sufre más que otra cosa porque nos lo han explicado mal. Creo que si se pone en su sitio es una forma de disfrutar, solos o acompañados. No se hace daño a nadie y además es gratis.

-Mejor acompañados, ¿no?

-Acompañados es un poco más difícil. Si uno no es capaz de ponerse de acuerdo con uno mismo… Hay gente que tiene su cuerpo como si fuera una casa cerrada con llave y nunca la ha trasteado a ver qué hay dentro.

-¿Ve muchas disfunciones sexuales?

-He llegado a ver más de 600 casos de vaginismo de mujeres con fobia a la penetración. El récord está en una mujer 26 años casada sin consumar matrimonio.

-¿Qué busca con sus programas?

-La oportunidad de hablar de cosas que la gente que está al otro lado reconoce en sí misma o en quienes le rodean. Siempre hay soluciones, a lo mejor no de diez, pero sí de un cinco, aunque sea por los pelos.

-¿Cree que funcionan?

-La verdad es que sí. La gente me para por la calle, me cuenta sus problemas y me dice que gracias a algo que ha oído en mi programa ha comprendido cosas. Es una gozada.

-¿Hay falta de pudor en quiénes exponen sus problemas en público?

-Creo que el pudor nos ha perjudicado mucho, porque nos ha privado del disfrute. En estos años he aprendido más de la gente que se ha desnudado psicológicamente delante de mí que de los libros.

-El problema es que te desnudes delante de cien mil.

-Hay gente generosa, capaz de contar lo suyo en voz alta. Es un acto solidario. Además, sólo el hecho de poder verbalizar un problema ya es terapéutico. Otra cosa es tener vergüenza torera, la que se deriva de la honestidad.

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