Entrevistas

"Ser pintamonas es tan digno, o tan indigno, como ser literato"

-¿Usted es de quienes dejaban el pupitre de la escuela pintarrajeado de arriba abajo? ¿Hacía caricaturas de los maestros?

-¡No, el pupitre ni tocarlo! La educación ante todo. Eso sí, mis apuntes y libretas siempre estaban llenos de dibujos…y por supuesto los profesores eran mis personajes favoritos. En COU me dedicaba a dibujar una estampa al día recogiendo chaladuras que se me ocurrían en clase. Luego la colgaba en el tablón para disfrute de los compañeros.

-Estudió Bellas Artes, ¿le ha tentado la pintura?

-Más bien la pintura me tentó a mí, pero en forma de manchas en la ropa. Hay que conocer las propias limitaciones, y no estoy dotado para manejar óleo y aguarrás: demasiado riesgo, prefiero el bote de tinta china.

-¿Qué artistas le han influido más?

-Me crié con los tebeos de Bruguera: Ibáñez, Vázquez y Jan fueron mis primeros maestros. Luego conocí a Hugo Pratt, a Carlos Giménez, a Breccia, y a la maravillosa escuela granadina con Rubén Garrido y Joaquín López Cruces a la cabeza. ¡Ojalá se me haya pegado algo!

-En Andalucía no debe de ser sencillo mantener una carrera como dibujante…

-Ni en Andalucía ni en Logroño. En España no hay una industria que permita a los dibujantes vivir exclusivamente de su trabajo. Las opciones son pocas: meter la cabeza en El Jueves o en algún periódico de tirada nacional, publicar en el extranjero o -la más frecuente- compaginar los tebeos con el diseño, la ilustración o la publicidad.

-El mercado franco-belga será la envidia de la huerta, imagino.

-Y tanto. Han sabido mantener la fidelidad de un público que leía tebeos de niño y los sigue leyendo de adulto, lo que sostiene un mercado muy amplio y diverso, con una estructura editorial muy profesionalizada en la que mucha gente -y no sólo dibujantes-vive de la historieta. Aquí los tebeos dejaron de ser populares hace mucho tiempo, y así nos va.

-Acaba de publicar un álbum, en colaboración con José Luis Munuera, en la mismísima Dargaud.

-El que ha sabido cómo vender nuestro trabajo es Munuera… ¡si yo ni siquiera hablo francés! Se trata de un viejo proyecto mío que él -dibujante con larga trayectoria en Francia- me propuso reelaborar para presentarlo a varias editoriales. En cuanto Dargaud vio las primeras páginas nos dio carta blanca para hacer lo que quisiéramos. Y no eran tontos, no: ¡les ofrecimos 60 páginas y al final hicimos el doble por el mismo precio! Pase lo que pase con las ventas, ha sido un gustazo escribirlo.

-¿Tienen en mente otros trabajos conjuntos?

-Seguro. Ya estamos dándole vueltas a otras historias de Aldea, el mundo imaginario de El juego de la luna. Todo dependerá de los compromisos editoriales.

-En unas declaraciones recientes, Vicente Molina Foix calificaba de "disparatada" la creación de un Premio Nacional de Cómic, y afirmaba que los "pintamonas" no merecían colocarse a la misma altura que poetas o narradores. ¿Qué le contestaría?

-Ya le contesté. Como a mis antiguos profesores, lo convertí en un personaje de historieta; y en vez de colgarla en un tablón, la colgué en la web de Irreverendos. Entiendo que a don Vicente le siente mal perder un trozo del pastel de las subvenciones y los premios, pero está muy feo dejar sin comer a los demás o llamarles "pintamonas" como si fuera un insulto. Ser pintamonas puede ser tan digno -o tan indigno, todo depende de lo que hagas con tu trabajo- como ser literato. Pero tampoco hay que escandalizarse por que alguien diga lo que piensa. Eso sí, don Vicente, ¡usted se lo pierde!

-En EEUU, Barack Obama apareció como personaje en una aventura de Spiderman, ¿en qué historieta metería a Rodríguez Zapatero?

-Haría una adaptación del cuento El zapatero y los duendes en la que el pobre Zapatero esperaría noche tras noche a los duendecillos para que le arreglen los problemas, pero los puñeteros nunca aparecen.

-¿Y a Mariano Rajoy?

-Lo convertiría en el jefe de Anacleto, agente secreto, y mandaría a éste a investigar su propia organización. ¡Imagínense el desastre! Tampoco estaría mal en la piel de Don Pío o de Don Berrinche.

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