Francisco Pérez Gandul, autor de 'Celda 211'

"No he pisado una cárcel ni de visita, ni tengo ganas"

  • Francisco Pérez Gandul ha dado a sus 53 años un gran pelotazo con su primera novela, Celda 211, transformada en película de éxito por Daniel Monzón y premiada con ocho estatuillas en la última edición de los Goya. Curtido en Informaciones de Andalucía, Nueva Andalucía, El Correo y Abc de Sevilla, donde se retiró como redactor jefe de Deportes y en el que sigue colaborando como articulista, cambió el periodismo por la literatura debido a una enfermedad coronaria, que se sumó a la sordera aguda que sufre desde los 18 años. Casado con Carmen y padre de dos hijos, dice que estaba harto de la realidad a la que le empujaba el periodismo. Ahora la suerte le sonríe: trabaja en una segunda novela ambientada en el mundo financiero y negocia la venta de los derechos de su novela en los Estados Unidos.

–¿Olvidaron invitarle a los Goya porque no es del clan de la ceja?

–Ni de la barba ni de las comunidades históricas. Fue un falta de cortesía, no sé si imputable a las productoras o a la Academia, pero no creo que tuviera tintes peludos. ¡Y no quiero creer que no me invitaran porque soy andaluz!

–¿Usted de qué pie cojea?

–Cojeo, mucho, del oído derecho. Del izquierdo también doy trancazos, de lo demás voy firme.

–¿Le dolió no poder vivir el éxito en directo?

–Fue horrible el atracón de mariscos que me tuve que dar con el dinero que me ahorré al no tener que alquilar el esmoquin.

–¿Para qué ahorrar, si ha dado un pelotazo?

–El libro está funcionando mejor que bien porque, no voy a ser modesto a estas alturas de mi vida, la novela es mejor que la película.

–Su sinceridad le honra. ¿En qué es mejor?

–En la profundidad de los personajes, en la grisura del ambiente, en el final que hace justicia a los protagonistas... Pero ojo, Daniel Monzón hizo una extraordinaria película, ¿eh? Yo sólo vendo mi burro.

–¿Por qué eligió una cárcel para su historia?

–Supongo que la idea estaba ahí, silente, y un día saltó. Siempre me gustaron las películas carcelarias del cine negro americano: Alcatraz, Sing Sing, las grandes evasiones...

–¿Todas las cárceles se parecen?

–Todas tienen presos, gentes desesperantes y desesperadas.

–Pero se inspiró en Sevilla-II.

–Sí, porque soy sevillano. Por eso también en la novela Malamadre es un tipo de Jaén. Quería que hubiera algo andaluz en la obra, aparte del autor.

–O sea, que a usted todas las prisiones le resultan iguales.

–La verdad es que no estoy muy puesto en el tema, ya que apenas me documenté. Quería contar la historia de un chaval arrastrado por el destino. Supongo que, con sus matices, todas las trenas son iguales.

–¿Pero ha estado alguna vez en una?

–No, yo no iba ni a jugar los partidos de fútbol con los periodistas deportivos. No he pisado una cárcel ni de visita y la verdad es que, tras estar en la de Zamora durante el rodaje, y eso que estaba abandonada, se me han quitado las ganas.

–Pues yo he leído que estuvo en Sevilla-II.

–Es posible que haya leído que me aconsejó un funcionario de Sevilla-II que tenía como vecino. De imaginación, que no de otras muchas cosas, siempre he estado sobrado.

–Julio Verne recorrió el mundo sin viajar.

–Le diré, ahora que caigo, que de niño fui un empedernido lector de Julio Verne. Me lo leí todo en aquella maravillosa colección de Bruguera que era mitad literaria mitad gráfica.

–¿Su novela tiene moraleja?

–Que va, me fastidian mucho las obras con mensaje. Prefiero las que exponen el asunto y dejan que el público saque sus conclusiones. Yo creo que en eso reside el éxito de la novela y de la película.

–Pero sugiere que hay buenos y malos a ambos lados de las rejas...

–¿Usted no lo cree así? Cuando un policía presuntamente avisa a un terrorista de que lo pueden detener unos compañeros, ¿hay para usted buenos y malos?

–Resuma su historia sin desvelar el argumento.

–A un funcionario de prisiones novato el destino le hace una putada y lo arroja dentro de un motín. A partir de ahí sobrevive como puede. Cabría el resumen en un sms.

–¿Es necesario que mueran inocentes?

–La inocencia mata. No se puede ir de ingenuo por la vida, esperando aguantar los embates de la sociedad, sino que hay que estar alertas.

–¿Para que no nos avasallen?

–Así es. El animal que tenemos dentro, y que sólo asoma en las situaciones límite, debería aflorar de vez en cuando para no dejarnos avasallar por tanto canalla.

–¿Y quiénes son los canallas?

–Todo el que hace una canallada, ya sea financiero, político, periodista, o fregasuelos con hospedaje en Camas. Hay que estar alerta contra ellos.

–¿La crisis le ha vuelto pesimista?

–Es la experiencia. Lo cuento para que otros se ahorren algunas bofetadas que me he llevado yo por ir de Gandhi.

–¿Qué ha descubierto de las mieles y miserias del cine?

–Hay de todo. Es precioso contemplar la belleza de los delfines, pero asusta la voracidad de los tiburones. Y lo malo es que uno no está en la grada del acuario, sino sentado encima del aro, en medio de la piscina.

–¿Nota más envidia que alegría por su éxito?

–O tengo amigos de los que no sabía que son actores más extraordinarios que Javi y Pé o se alegran de verdad de verme, el tiempo justo de un surfista, conste, en la cresta de la ola.

–Resumiendo: recomienda no ser tan buena gente.

–Creo en la bondad, pero no se puede ser tonto. Y yo confieso que a veces lo he sido. De capirote.

–¿Me lo explica?

–Me dijo usted que esto iba a ser una contraportada, no un fascículo...

–Ya termino. ¿Qué añora de sus años de redacción?

–Todo. Cuando olía a tinta, pero tinta de verdad, procedente de los talleres. El periodismo me apasiona, echo de menos ese mundo que fue mi vida.

–Y entonces, ¿volvería?

–Nunca volvería a él, por el desgaste que tiene si te lo tomas en serio. Manuel Ferrand tenía razón: es una profesión estupenda si se deja joven.

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