España

Mal asunto

MAL asunto, al Gobierno se le está agotando la paciencia con los bancos y con los banqueros. Lo ha dicho el ministro de Industria, Miguel Sebastián, el día después de la cita en el Palacio de la Moncloa. Es el mismo ministro del Gobierno de España que hace muy pocas fechas pidió públicamente que los españoles compráramos productos españoles; es decir, que nos instaláramos en la autarquía consumista en un acto de patriotismo pretérito aunque fuera renunciando al europeísmo del que habíamos sido santo y seña y avanzadilla. O eso parecía.

Ahora, tras reunirse José Luis Rodríguez Zapatero por tercera vez con los banqueros -en esta ocasión, el presidente del Santander Emilio Botín no enseñó los tirantes, gesto que se agradece por pura estética- y decirles no se sabe muy bien qué, Sebastián salió ayer que no me veas (hay que agradecerle que asuma el papel de malo de oficio en un Gabinete en el que la vice parece la reencarnación de Heidi a punto de prejubilarse).

¿Pero no hubiera resultado más fácil y efectivo que su jefe, con el aplomo que le caracteriza y la experiencia acumulada tras el esforzado G-20 que logró in extremis, hubiera trasladado lo mismo de la A a la Z a los banqueros sin este acto impúdico de populismo que ha protagonizado su ministro de Industria?

A lo peor, esta original ocurrencia de Sebastián tiene que ver con los 200.000 parados nuevos registrados ayer mismo en el INEM del mes de enero (y van más de 3,3 millones de españoles entre el subsidio, la ayuda y lo ancho de la calle) y la necesidad de levantar una cortina de humo para que la burbuja optimista no nos explote en la cara antes del próximo 1 de marzo (a vascos y a gallegos, preferentemente).

Zapatero debe creerse que esto (el paro) es una especie de condena divina que comparte, en lo universal, con Barack Obama, Sarkozy y Merkel, y, por tanto, que hay que sobrellevar con resignación laica a base de programas televisivos más que tasados, excepto los daños colaterales que las armas vendidas a Israel provocan en Gaza.

Y alguien, llegado a este punto crítico, debe decirle -por si no se ha enterado bien- que sus impresiones populistas no cuadran con los números: somos la octava potencia mundial, pero, paradójicamente, nos empeñamos en aparecer como el primer país europeo donde más crece el paro. Y, por esto último, deberían estar de verdad indignados Zapatero y su ministro de Industria, aunque fuera contra los banqueros y contra ellos mismos por eso de que pasaban por allí.

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