Fuerzas armadas La violencia de los talibanes reabre el interrogante sobre la permanencia de las tropas en territorio afgano

La guerra de las percepciones

  • El alto número de bajas ha generado una batalla semántica sobre el fondo de la misión en Afganistán, entre quienes hablan de escenario de guerra y quienes no, con la propaganda de los talibanes de fondo

La muerte del militar canario Cristo Ancor Cabello ha reabierto el debate sobre la naturaleza de la misión de las tropas españolas en Afganistán. Las 88 víctimas en suelo afgano suponen el mayor número de fallecimientos en una misión internacional en la historia del Ejército. Más que el luctuoso saldo del 92 en Bosnia-Herzegovina (15), producido en el contexto del conflicto de los Balcanes; más que las bajas registradas en la guerra de Iraq (11), en 2003.

La negra estadística obliga a la reflexión. La misión en Afganistán está orientada a la reconstrucción y estabilización del país, en permanente ebullición tras la respuesta militar ofrecida por EEUU a los atentados de las Torres Gemelas, pero la elevada cifra de muertes y la escalada de los ataques plantean el interrogante sobre el fondo de la operación, sobre si las tropas están o no en un escenario de guerra.

En el país asiático se dan cita dos operaciones diferentes: una, la ISAF, en la que participan las tropas españolas desde 2002; otra, Libertad Duradera, de carácter puramente militar y liderada por EEUU. En 2001, la Administración Bush tenía a Afganistán por el santuario talibán, lugar de refugio de Bin Laden, el líder de Al Qaeda e instigador de los atentados del 11-S. Sobre el terreno, los estadounidenses combaten a los talibanes mientras la ISAF se dedica a reconstruir el país. En origen, dos misiones con dos naturalezas opuestas: una militar y la otra humanitaria.

Esta percepción se ha visto alterada por la violencia de los talibanes, que ha forzado también a la ISAF al uso de la fuerza. La realidad de las emboscadas, las minas escondidas en las carreteras a la espera del paso de las patrullas y la espiral creciente de los combates con la insurgencia desmienten la idea de una paz infinita transmitida por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en los primeros instantes.

La situación se ha complicado para los más de 1.000 españoles desplegados en la zona. El difícil panorama ha generado una batalla semántica: quienes hablan de escenario de guerra y quienes no se atreven a emplear el calificativo. El profesor de Historia Contemporánea de la UNED, Tino Portero, renuncia a debatir "algo que saben todos". "No es discutible, todo el mundo sabe que es una guerra y todos lo dicen, incluido Obama, salvo tres o cuatro", en referencia al Gobierno, "por la sencilla razón de que se trata de un Ejecutivo pacifista y de que la Alianza de Civilizaciones -auspiciada por Zapatero- no contempla el uso de la fuerza contra los musulmanes, y la trampa es que se trata de una guerra y que los malos son musulmanes".

Lo contrario postula el investigador del Real Instituto Elcano para la Defensa, Félix Arteaga, para quien no se puede hablar de guerra, al menos de manera rigurosa: "No hay una situación de guerra todos los días de todos contra todos". "Lo que hay son enfrentamientos armados, violentos, que duran unas horas, y que rápidamente se acaban", explica. "No hablamos de miles de soldados -continúa-, son grupos de unas diez personas".

Pero la percepción de una guerra es generalizada. Hasta el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, hablaba abiertamente de guerra el pasado jueves. El Gobierno siempre ha rehuido el término. Para Arteaga, la visión extendida de un conflicto armado en la zona obedece a la excelente propaganda talibán. "Tienen una muy buena campaña de propaganda, todo lo que les va mal lo minimizan y lo que les va bien lo explotan, producen vídeos, medios impresos, recurren al boca a boca, hacen todo lo posible para que a la población le entre la duda sobre si vamos o no a ganarles". Es el valor de la propaganda, tan crucial ahora como lo ha sido en anteriores conflictos.

En cambio, Portero no cree que la estrategia talibán sea brillante, "en todo caso sería la propaganda de los islamistas más radicales", y minimiza sus efectos porque lo que se está perdiendo en Afganistán es la guerra, debido a que los 40.000 soldados de ISAF "están de paseo". "Los objetivos han quedado desfasados, los talibán han penetrado en todo el territorio precisamente por no combatirles", asegura. Que haya o no un desenlace positivo depende de que "los afganos vean el sentido de apoyarnos, porque nuestra no acción empuja a la población a pactar con los talibanes".

Para Arteaga, la batalla que en estos instantes se está perdiendo no es otra que la de la comunicación. "No tenemos una estrategia, unos dicen que van a estar allí para siempre y otros no", critica en referencia a la disparidad de criterios de los 37 países de ISAF sobre el tiempo de permanencia de las tropas. La receta para el éxito de la misión pasa inevitablemente por mejorar este aspecto: "Hace falta liderazgo, una estrategia de comunicación y decir cómo están las cosas".

Más allá de la batalla de las percepciones sobre si hay o no guerra o de si la propaganda talibán es o no excelente, en lo que ambos coinciden es en lo mucho que hay en juego. Si la misión fracasa, enfatiza Arteaga, "allí tendremos terroristas, campos de entrenamiento, la posibilidad de desestabilizar una zona con un país con armas nucleares como Pakistán, con la situación de Chechenia irresuelta, con las antiguas repúblicas soviéticas en situación de división étnica, y la posibilidad de desestabilizar las monarquías del Golfo (principales productores de petróleo), de las que depende nuestro bienestar". Para los dos, el éxito es decisivo.

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