Feria de Málaga

Dosis de bipolaridad exclusivas de aquí

  • Las píldoras de fractura que se observan en la Feria de Málaga no se reflejan en el enfrentamiento de la gente, sino en el acomodo a lo que quiere el otro para poder todos disfrutar de los festejos tranquilos

SOLAMENTE teniendo como referencia la gran cantidad de significados en los que se ampara en la RAE para el término feria se entiende la variedad de la de Málaga. Se cumple con la tenencia de un conjunto de instalaciones recreativas, también es una fiesta especial que se lleva a cabo en una determinada fecha, incluso colaría el componente religioso con la subida al Santuario de la Victoria, y por supuesto la referencia al ganado, que más allá de los enganches y los toros, también los tenemos pululando por el centro también se cumple. Aquí cabe todo el mundo, y uno se compagina de manera milagrosa para tratar de disfrutar evitando lo que no le gusta. No me malinterpreten, no quiero cargarme la diversidad de la Feria, sino que el choque en ocasiones es brusco.

Además del tándem centro-Real, la fractura comienza a fraguarse el mismo viernes por la noche cuando tras el pregón y antes del concierto los fuegos de artificio se disparan desde dos puntos de la bahía produciendo un bonito efecto espejo. Este espejo parte a los ciudadanos más animados que se las ingenian para dejar el coche cerca de La Malagueta y disfrutar de las letras del cantante de turno, o bien optan por alejarse del jolgorio y con una improvisada moraga ven los fuegos desde el otro lado.

La fisura continúa con la bipolaridad malagueña de los que apuran las horas de sueño para ir al centro a beber y lo que surja, después de haber apagado el Real, a los que no quieren saber nada del We don't speak americano, que quema los altavoces de muchas casetas. Éstos prefieren levantarse un poco antes, lucir su enganche, tapear con el compás de un ritmo que apetece palmear de fondo, si es posible ir a La Malagueta y, después, dependiendo cómo esté el cuerpo, tomar la última en el Cortijo de Torres, cuando aún no han terminado de llegar todos los jóvenes con bolsas de plástico cargadas de hielo, refrescos y espirituosas.

Aunque la fractura mayor se encuentra en los que se pasan los días de juerga trabajando, llevando y trayendo gente a sus hogares, sirviendo cañas detrás de una barra, cocinando con mimo un perol de berzas, los que prueban fortuna vendiendo las olorosas biznagas que con tanto cariño han hecho esa misma tarde, a los animadores que se encargan de los niños en la feria infantil del Parque y, sobre todo, a los que se pasan recogiendo todo lo que ensuciamos, para que esté más o menos presentable al día siguiente. Permiten que todo esté donde debería y que se llegue más fácil a tener la mejor de las fiestas, que a día de hoy está quebrada y que no sería descabellado enderezar.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios