Feria de Málaga

Al ritmo de verdiales

  • Un día más, la Feria del centro se inundó de las tradiciones musicales de las diferentes pandas, peñas de flamenco y fiestas de folclore · El día estuvo marcado por el intenso calor y las aglomeraciones

Domingo de Feria, pero también domingo de verdiales, de folclore y de flamenco. Miles de personas gritando y bailando coplas, pasos dobles y sevillanas, al son de los ritmos populares. Ayer, el clamor del público era infinito. Todos desfilaban ebrios de alegría, embriagados de un placer festivo. Un desafío a la crisis, al pesimismo de los últimos tiempos.

La música retumbaba en los oídos de la gente. Mientras en un tramo de la calle Larios sonaba Paquito el Chocolatero, unos pasos más abajo (ayer, dichos pasos equivalían a unos minutos eternos, debido al tumulto), al son de guitarras, violines, panderos, platillos y castañuelas, el director de orquesta de la panda Los Montes (en la jerga popular, el alcalde), Antonio Cortés, más conocido como Añoño, dirigía con maestría a su banda de instrumentistas (llamados los fiesteros, también, según la jerga). Canciones que estremecen, sin duda, el sentimiento popular. Son los sonidos de la patria, mezclados con acordes andaluces.

Como si de una superstición se tratase, casi todos los feriantes llevaban ayer sombrero, abanico y gafas de sol. Entre palmadas y aplausos, ellas taconeaban con arte, cubiertas de maquillaje hasta el tope, portando una flor, colgada al cuerpo o al cabello, y una peineta. Quizá sea un ritual para protegerse del calor. Mientras tanto, ellos visten de corto y algunos, a pesar de las medidas en contra, van descamisados.

Pues, pese al toldo que cubre la calle Larios de los rayos del astro rey, como si de un escudo antimisiles se tratase, el calor sofocante y, a veces, el agobio, era inevitable. El hacinamiento de personas impregnaba el ambiente de un olor a sudor que se entremezclaba con el aroma que deja la uva moscatel, recogida en la tierra de la Axarquía, cuna del Cartojal. Los mayores atascos humanos se produjeron en la zona de las casetas, esos nidos de libertinaje, donde continuamente se formaban colas interminables para conseguir un vasito de Cartojal, mojito, rebujito o lo que apeteciera.

Ayer domingo la muchedumbre, la masa que diría Ortega y Gasset, era conducida, hipnotizada, por los encantadores de instrumentos. Cada vez más jóvenes, estos músicos toman, paulatinamente, el relevo generacional de sus precursores. Meros neófitos, iniciados en el oficio musical. Pero qué bien tocan. Y a la gente le gusta.

Así, la panda de verdiales Raíces de Málaga, que estuvo tocando ayer en el recinto Eduardo Ocón, está formada en su inmensa mayoría por jóvenes. Es el caso de Daniel Santamaría, de 21 años, y de su compañero Francisco Javier Alcaide, de 22, que llevan 11 años en la banda y actúan durante todo el año. Mientras tanto, los fiesteros de la panda infantil El Cerro son niños y niñas que apenas tienen unos 9 años de edad, aunque tocan bajo la batuta de los adultos. Así como las decenas de grupos musicales (como Calipso, Si o Ké y Los Minitas) que se movían ayer por las callejuelas y plazoletas del centro histórico en busca de reconocimiento, cuyos integrantes eran, en su mayor parte, jóvenes malagueños.

Quizá esas bandas musicales, junto al flamenco y a las sevillanas, sean el único vestigio de arte que se pudo ver ayer en la Feria. Lo demás, gente que vino a divertirse, es decir, beber, comer, cantar y bailar. De los miles que se tiraron a las calles de la capital, había gente de todos los rincones de España y del mundo, sobre todo muchos ingleses, alemanes y japoneses. Al mediodía, hubo momentos en los que la calle Larios y otras colindantes se colapsaron. Unos vestidos de faralaes, otros con camisetas hechas para la ocasión, todos querían llegar a la redentora caseta para saciar su sed. Aunque otros prefirieron subir hasta la Plaza de la Merced a celebrar la Feria a su manera. Así, algunos aprovecharon la multitudinaria fiesta para hacer el botellón que ya no pueden hacer en otros lugares.

Asimismo, era fácil encontrarse con numerosos grupos de amigos disfrutando del ambiente familiar que ofrecía la calle Larios al mediodía. La crisis económica no supuso un impedimento para que la gente se lo pasase de maravilla. Algo habitual era ver a grupos de mujeres vestidas de flamenca cantando sevillanas mientras otras bailaban al compás. Los músicos se mezclaban con el gentío ansioso de vivir la fiesta.

El casco histórico, a pesar de restringir el tráfico de vehículos por sus calles, no pudo evitar, un día más, el colapso humano que provoca una de las fiestas grandes de Málaga. Desde las biznagas que dan la bienvenida a la Feria del centro, pasando por la calle Granada y la Plaza de la Constitución. Había que ir con mil ojos. Era complicado andar sin pisar ni tropezar con nadie. Todo atestado de gente proveniente de todas las partes del orbe.

Fue la segunda entrega de una fiesta grande que, una vez más, se prevé multitudinaria. Seis millones de visitantes (como en 2008) decía, anteayer, el alcalde de la capital, Francisco de la Torre. Y es que, durante nueve días, Málaga se va a convertir en el epicentro de la fiesta y la diversión de España.

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