La mayoría de edad es un concepto que a los adolescentes siempre les provoca un desasosiego estomacal. Un amplio abanico de prohibiciones se libera ante sus ojos y ellos no pueden mostrar más que felicidad. La misma que siente la humanidad cuando algún hijo de abandona su más tierna infancia para caer en las terribles fauces de la edad adulta. Cumplidos los 18, queda abierta la veda para el más cruel de los escarnios públicos.

De padres más que conocidos y protagonistas de todas las portadas habidas y por haber, la última en unirse al club de los 18 ha sido Cayetana Rivera Martínez de Irujo. Centro de múltiples discusiones entre Fran Rivera y Eugenia, la -hasta hace dos días- niña siempre ha permanecido al margen de todo. Padres, medios y sociedad se han preocupado por proteger y velar por su infancia. Pero, oye, cosas de la vida, ha sido cumplir 18 y aparecer en todos los medios de comunicación. Por fin le ponemos cara al ojito derecho de nuestra querida Eugenia. Aunque puede darle gracias a Dios porque de ella sólo se ha visto su rostro. Otros hijos de no han corrido la misma suerte.

José Fernando -al que desde el minuto uno lo vincularon a las drogas y a la mala vida-, Andreíta -a la que en un afán por ser graciosos la compararon con Quasimodo- o Chabelita -a la que llevan de plató en plató como un mono de feria- son algunos de los casos de menores que han sufrido en sus carnes el convertirse en mayores de edad siendo hijos de un personaje público. Pero todo tiene un límite. O debe tenerlo. Nadie es responsable de ser descendiente de sus padres. Por suerte por desgracia, es algo que nos cae del cielo. Por eso me parece una atrocidad atentar -sí, atentar- contra la intimidad de estas pobres criaturas. Si ayer no se hablaba de ellos porque eran solamente unos niños, ¿por qué hoy sí? No son famosos y, aunque la ley diga lo contrario, siguen siendo unos niños. Si la sociedad quiere que dejen de serlo, por lo menos que los traten con el mismo respeto que cuando tenían 17 años y 364 días.

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