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De presidio a ser el más selecto rincón del Mediterráneo

  • El pequeño archipiélago de siete islas, inspiración de Julio Verne o de cineastas como Rossellini, se ha convertido en refugio de diseñadores y príncipes

Cala Junco, el rincón más idílico de Panarea, la más pequeña isla de las Eolias.

Cala Junco, el rincón más idílico de Panarea, la más pequeña isla de las Eolias. / fotos: efe/c.g.j.

Julio Verne situó en el inquieto volcán Estrómboli el final del camino desde Islandia hasta el centro de la Tierra. Hasta entonces el archipiélago de las Eolias había sufrido siglos de asaltos piratas y sus islas repobladas de manera intermitente por italianos y valencianos. Durante unos decenios más este fin del mundo a mano desde Sicilia y Nápoles seguiría siendo un destino de reclusos y exiliados. La tranquilidad y el olvido convirtieron en refugios y remotos edenes estas rocas volcánicas que salpican el Tirreno.

Son el destino de moda aunque no aparezca en letras grandes en las webs de hoteles. Carolina de Mónaco, Valentino o Armani han sido los guías y ya la película El cartero y Pablo Neruda puso en primer plano a Salina, una de estas islas. La principal es Lípari y la más pequeña, la más ansiada por los famosos, Panarea. Una cama en verano vale oro. Pero lo merece. Las otras son igual de recomendables para recorrer: Alicudi, Filicudi, Volcano y Estrómboli. La isla del volcán, la captada por Rossellini cuando era un alejado rincón de extraña belleza, ha dado nombre a las pizzas enrolladas, una de las especialidades de los restaurantes de las Eolias que trabajan lo que tienen a su alcance, como un excelente pescado. Los arancini (buñuelos rebozados con arroz y ragú) o el pan cunzato (bocadillos de foccacias locales) son otras de las sinceras propuestas mientras se contempla el mar desde escarpadas terrazas.

Para llegar a las Eolias hay que tomar el ferry desde Milazzo o Mesina, en Sicilia; o desde Nápoles en el continente. El destino puede ser Lípari, apacible con sus cinco mil habitantes, y desde allí tomar los pequeños barcos, incluso yates privados, que conectan las distintas islas.

No hay tremendas extensiones de arena, pero sí impagables calas casi privadas y cuestas para alcanzar miradores asombrosos. Desde Lípari la vista se asoma a la silueta de Vulcano y Salina. Desde Panarea la actividad del Estrómboli sobrecoge de noche.

En las Eolias no hace falta coche y son refugios para escapar por completo del estrés y de la banda ancha. En la mayor parte del archipiélago no se pueden hacer nuevas construcciones por lo que los hoteles suelen recuperar antiguas haciendas.

Como sugerencia para hospedarse, el Arciduca Grand en Lípari; La Piazza o el Oasi, en Panarea; o el Phenicusa, en Filicudi.

Para cenar y sentirse dichoso en un lugar donde la masificación es (por ahora) imposible, el Malvasía, en Vulcano; la Rosticceria Mancia e Fui, en Lípari; Hycesia, en Panarea; o Le Tre Pietre, en Pollara, Salina.

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