Hay una música muda, testimonio remoto de los sonidos de siglos pasados, que habita, o más bien sobrevive, en algunas ajadas piezas artísticas de la ciudad. Está plasmada sobre diversos materiales o soportes y pertenece a distintas épocas. No obstante, permanecemos sordos y ciegos frente a su presencia. Sólo una mirada inquieta nos permitirá escuchar y ver: las pinturas o las esculturas misteriosamente suenan cuando observamos que la música es pintada o esculpida. Son los imaginados ecos de unos instrumentos musicales presentes en múltiples obras. El inevitable peso de estas fechas me lleva a elegir, por su temática navideña, una de ellas. Aquí es la ancestral voz de la gaita la que acaba de hablar en honor del Niño Dios. La porta uno de los tres pastores que rodean a la Sagrada Familia. Los gestos ante el recién nacido de todas las figuras, nerviosas y curvilíneas, son de veneración pero también de sorpresa y hasta de curiosidad, incluidas las ingenuas representaciones de la mula y el buey, que rompen la simetría de la composición. Arriba, otra música persiste, el obligado coro de ángeles que entona el 'Gloria in excelsis Deo', el 'Gloria a Dios en las alturas' del anuncio a los propios pastores. Estamos ante el altar mayor de la iglesia de San Marcos, el conjunto pictórico más importante conservado en los templos jerezanos. Tan apreciable como olvidado pues se sigue echando en falta un estudio pormenorizado de sus diecinueve tablas que permita deslindar la labor de cada uno de los artistas que se sabe que intervinieron en él: Alejo Fernández, Cristóbal de Cárdenas o Vasco Pereira. Pero si primordial es la investigación, mayor aún es la necesidad de restauración, que llega a ser imperiosa para nuestro Nacimiento, cuyos colores dejan de resonar y sus notas se oscurecen ante nuestra sorda ceguera de siempre.

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