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Está la socialdemocracia en caída libre, en el mundo occidental? Así parece. Si pensamos en lo que ha sucedido en Europa en los últimos tiempos, queda lejos el año 1999, cuando gobernaban los socialistas en 11 de los 15 países que entonces integraban la UE. Hoy mejor no hacemos cuentas. Serían muchas las causas y serían muy prolijos los análisis a desarrollar para poder llegar a un diagnóstico mínimamente solvente y diseñar un cuadro suficientemente comprensivo de lo que está pasando y de lo que habría que hacer. Me limitaré a formular una tesis y a añadir una serie de brochazos, de trazo grueso.

La socialdemocracia que triunfaba en Europa entre los años 50 y 90 del pasado siglo, a fin de cuentas, no era otra cosa que una política dirigida a construir sociedades más equilibradas, reduciendo y limitando las más puras y duras consecuencias de la mera lógica del beneficio capitalista. En regímenes de libertades, partiendo de la aceptación de la propiedad privada y de la economía de mercado, la socialdemocracia construyó el Estado Social de Derecho, en términos políticos, o Estado del Bienestar, en términos económicos y sociales. Gracias a la fiscalidad, por un lado, se reducían las excesivas diferencias de ingresos y se allegaban fondos para la acción pública; y gracias a las políticas sociales redistributivas -sanidad, educación, por ejemplo-, a la inversión pública, a la planificación económica indicativa y a los incentivos económicos se incrementaba la renta real de la mayoría de la población, se generaba desarrollo económico, se hacía crecer el empleo y se reducían las desigualdades, por otra parte. Todo ello, en el marco de un gran pacto social, explícito o implícito, entre el capital y el trabajo, a escala de cada país o estado. Así eran las cosas. Y así se generó lo que podríamos llamar un "capitalismo compasivo", frente a la esencia cruel del capitalismo desnudo.

Los partidos socialistas democráticos trabajaban para franjas mayoritarias de la población de cada país, y no sólo para la estricta clase trabajadora, o para los defensores de las esencias nacionales, o sólo para los marginados sociales. Ahí estaba la base de sus triunfos. Por eso conseguían la confianza de la mayoría de la población, por eso gobernaban, y por eso llevaban adelante a sus países o territorios respectivos: Reino Unido, Escocia, Francia o Cataluña.

¿Y ahora, qué? Pues que el papel de los estados ha disminuido exponencialmente; que los mercados dominan sin control y lo público está denostado; que, en este contexto, los socialistas no han elaborado propuestas alternativas solventes; y que, además, ante el surgimiento de movimientos populistas de vario signo, han llegado a creer que el secreto del éxito está en la radicalización verbal, en lograr seguimiento instantáneo e irreflexivo en las redes sociales, y en proponer líderes de diseño a los militantes cabreados. A las puertas de la Feria de Abril, se me ocurre una comparación: algún presunto líder del socialismo me recuerda a los toreros bailarines, con gran capacidad de hacer piruetas, de ponerse siempre de perfil y de componer bellas figuras, aunque siempre a conveniente distancia de los cuernos del bicho. Nada más lejos de una faena honda y seria, como sería de menester.

Alternativas reflexivas y reflexionadas, dirigidas a la mayoría social y adecuadas al tiempo de la globalización y de las desigualdades rampantes. Eso es lo que se requiere. No se es más de izquierdas por quedarse más solo. Ni se es más creíble por ser más nacionalista que los nacionalistas, o por tener más ocurrencias brillantes, o por dar más saltos mortales: del "no es no" al "sí es sí", venga al caso. ¿Alguien ha visto simplezas más grandes? Ni el inglés Corbyn ni el francés Hamon, ambos con un brillante futuro por detrás, han llegado a tanto.

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