Ya ha corrido mucha tinta acerca del atentado terrorista en Manchester, pero esto no nos ayuda a asumir que exista en el mundo tanta perversidad. Vivimos en sociedades divididas donde una parte de ellas está conformada por grupos que discrepan de las creencias mayoritarias y que tienen un odio manifiesto a un estilo de vida basado en la libertad. Ese odio, germinado en corazones vacíos y abonado por la malignidad del fundamentalismo islámico, está truncando la vida de muchas personas sin importarles si son niños, jóvenes o mayores. El daño y el dolor que causan son irreversibles. Las familias que han quedado desmembradas nunca volverán a ser las mismas, nunca recuperarán a sus seres queridos y nunca podrán borrar el momento en el que el horror les marcó con un antes y un después.

Entre los niños y adolescentes fallecidos en Manchester se han ido también sus sueños, sus inquietudes y sus talentos. No podemos saber cuántos poetas había entre ellos, cuántos músicos, cuántos científicos. No hay poema más triste que el que no dio tiempo de escribir. No hay sinfonía más sorda que la que nunca se escuchará. No hay inventos más inútiles que los que no ven la luz.Cuántas teorías acerca de que el hombre es bueno por naturaleza se arrojan hoy con rabia a la basura. Cuántos intentos fallidos por construir puentes se vienen abajo ante la intransigencia y la intolerancia de quienes atacan. No se puede vivir con odio, ni con violencia, ni con miedo. Tres palabras terribles. Tres sentimientos que abruman. Tres situaciones límite que están marcando el devenir de nuestras vidas. Cada atentado deja una huella de vergüenza en la humanidad y genera un sentimiento de orfandad que es capaz de paralizar nuestros recursos. Pero a pesar de la adversidad hay que andar el camino con todo lo que somos y con todo lo que creemos. No podemos detener el paso, ni cambiar nuestra historia, ni negar nuestros orígenes. Le pese a quien le pese.

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