La violencia se ha convertido en la protagonista de la actualidad. En pocos días se hizo presente en Londres, en París, en Bruselas y parece alcanzar ya no solo a Europa sino también a otros continentes. En Londres, ciudad ya bastante lastimada por los atentados terroristas, se sumó un ataque antimusulmán perpetrado por un galés que atropelló a un grupo de personas que salían de la mezquita de Finsbury Park para consumar, de alguna manera, aquello de ojo por ojo y diente por diente.

Pero no es con la violencia como se puede salir de una situación tan grave y tan denigrante para la humanidad como es el terrorismo. El profesor Francisco Jiménez-Bautista, de la Universidad de Granada, afirma que el hombre es conflictivo por naturaleza pero violento o pacífico por cultura. Es decir, la violencia del ser humano no está en sus genes sino en su ambiente. De ahí la importancia del entorno, llámese familia, colegio o sociedad. Si no se forma en la paz no se obtendrán resultados positivos. El aprendizaje de la bondad, de la empatía, de la concordia y de la tolerancia, entre otros, nunca pasa de moda. Todos estos conceptos se convierten en herramientas muy poderosas para convertir a los seres humanos en personas dignas de respeto. Pero lamentablemente pocas familias y pocos centros educativos trabajan en ello. La violencia germina en condiciones de pobreza material y moral. Si a esta situación se le añade la ignorancia que se enarbola en nuestros días, donde los valores y los comportamientos cívicos se menosprecian, tenemos resuelta la ecuación equivocada. Nuestras sociedades han avanzado hacia un estilo de vida en el que se supone que el bienestar debe estar presente, pero no siempre es así. Hay campos de cultivo muy fecundos donde el aprendizaje social se tiñe de actos vandálicos que en lugar de acercamientos, incrementan las diferencias hasta hacerlas irreconciliables. Se impone una profunda reflexión y una oportuna intervención.

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