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Argumentos para una Málaga verde

  • Habrá quien diga que es una locura, pero los elementos naturales de la ciudad pueden resultar no sólo bonitos, también rentables

  • Eso sí, el dinero rápido viene siempre del mismo sitio

En la entrevista que pude realizar hace unos días a John Mackay, investigador canadiense y profesor de genética en la Universidad de Oxford, cuyos trabajos se basan en la resistencia de las coníferas a las más agudas adversidades y en su asombrosa capacidad de adaptación, y que llegó a Málaga invitado por la UMA para impartir un seminario y una conferencia, el científico recordaba que en el Reino Unido se han desarrollado programas que implican directamente a la ciudadanía en la preservación de los bosques urbanos, a través de bases de datos donde los interesados pueden hacer libremente sus propios seguimientos (para su consecuente aprovechamiento científico) relativos lo mismo a un solo árbol que a un área forestal determinada. Recordaba Mackay que el Reino Unido ha duplicado su masa forestal del 5% al 11% de su superficie en menos de un siglo, pero lo cierto es que también España, muy al contrario de ciertas alertas contra el avance de la desertización, ha ampliado la extensión de sus bosques en las últimas décadas. La cuestión es que cuando hablamos de bosques y de todo lo que cabe en el epígrafe zonas verdes cunde cierta impresión de altruismo, de que hay que cuidar del medio ambiente porque sí, porque necesitamos el aire limpio que un entorno vegetal procura pero, al cabo, sin demasiado convencimiento; sin embargo, si algo han demostrado varias ciudades no sólo en el Reino Unido, sino en buena parte de Europa, es que la preservación de las áreas forestales puede ser también una cuestión rentable, con beneficios extraídos tanto de la depuración del agua potable que estos enclaves generan como del ecoturismo y del ocio sostenible en su más amplia acepción. Sí: una zona verde bien cuidada, igual que un paisaje respetado, pueden aportar ingresos a las arcas públicas sin que haya que lamentar heridos. Así de clarito lo apuntaba el mismo Mr. Mackay.

Y entonces, claro, uno piensa en Málaga. Y cabe pensar en Málaga porque los bosques que más rentabilidad producen son los que se dan en ámbitos urbanos. Sin salir del término municipal, encontramos una extensión como el Campamento Benítez promovida como parque urbano y objeto de una inauguración chapucera, con todo a medio terminar, sin habilitar a estas alturas y del que desde entonces, por cierto, nada más se supo; de una playa virgen como Arraijanal, entregada sin demasiadas reservas a los tiburones de la especulación; de un bosque como el de Gibralfaro, para el que se promueve una conexión a la velocidad de la luz con el mismo centro de la ciudad pero que sigue amaneciendo prácticamente cada día hecho unos zorros; y los Montes de Málaga, claro, que presentan enormes posibilidades de promoción turística sostenible y de los que únicamente se habla cuando la insaciabilidad inmobiliaria asoma la colita. Es decir, Málaga lo tendría rematadamente fácil para reivindicarse como ciudad verde de cara a un público que disfrutaría a raudales sólo con venir a comprobarlo, sin necesidad de añadir más atractivos a los que ya tiene; pero no, la proyección aquí viene siempre del mismo lado, del crucerismo fugaz y el turismo de calidad relativa: es decir, del lado del dinero fácil. Luego quedan geniales los golpes de pecho a cuenta de que la Sierra de las Nieves vaya a ser Parque Nacional mientras eliminamos en casa la masa forestal de Cerrado de Calderón porque sí.

En una entrevista anterior con el politólogo Manuel Arias Maldonado a cuenta de su libro sobre el Antropoceno, nuestro hombre recordaba que las ciudades también son en gran medida entornos naturales, en los que las especies animales y vegetales encuentran su hábitat. Y señalaba que sería oportuno hacer de esto una cuestión política. El problema es que la política está para otras cosas. Que le pregunten a Teresa Porras.

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