Málaga

Besado por el mar

En la calle de Antonio Soler, junto a una colorida escuela infantil, un hombre bigotudo, con pinta de portugués melancólico, se asoma a la puerta de su casa. En la fachada lucen tres codornices enjauladas, entradas al sol que llega a picar después de una intensa noche de lluvia. Cerca, en la calle Garcerán, a dos pasos ya del paseo marítimo, una oronda gitana aprovecha la misma fuente de energía plácidamente sentada en una silla de plástico junto a un bidón metálico arrasado por el fuego, y una señora practica ejercicios de rehabilitación en el anexo parque infantil de columpios.

Se adivina una jornada extraña: el temporal ha hecho estragos, algunos árboles han sido arrancados de cuajo de las jardineras, la playa ha amanecido colmada de cañas, ramas y basuras que ha escupido el mar. Hay un toque de desolación, y quizá por eso se ven pocos vecinos en la calle. Pero esto es Huelin, y aquí, especialmente en la zona que conserva las viviendas primigenias, las mismas en las que se instalaron los trabajadores de las plantaciones de caña de azúcar de los Larios hace más de un siglo, entre el nuevo parque y la antigua Tabacalera, el tiempo tiende a detenerse. Cuando alguien se para en la acera, arrastra unos minutos consigo.

Por el contrario, el mercado, en la calle La Hoz, centro neurálgico de este primer testigo del glorioso pasado industrial de Málaga empeñado en hacer del mar su argumento esencial, está hoy suculentamente lleno. "Aquí viene gente de todas partes de la ciudad a comprar pescado y marisco, porque esta calidad no se encuentra en otra parte", afirma una orgullosa pescadera mientras maneja en la balanza unos calamaritos. Una señora que mueve con pericia su carrito de la compra y asegura haber venido desde Fuente Olletas en la línea 1 del autobús lo corrobora: "Es verdad que el pescado es más caro aquí, pero aun así merece la pena".

Este mercado, vivo y excitante como pocos, muestra sin embargo evidentes síntomas de agotamiento en su estructura; su pendiente reforma constituye uno de los grandes proyectos destinados a transformar radicalmente el barrio, pero la iniciativa parece haber entrado en punto muerto. José Antonio Veneroni, vicepresidente de la Asociación de Vecinos Torrijos, cuya sede se encuentra en la misma manzana del mercado, se explica: "El Ayuntamiento se comprometió a tirar el edificio y construir uno nuevo, con un parking de cuatro plantas, el mercado y una zona superior para centros sociales. El proyecto se condicionó a la reforma del mercado de Atarazanas, porque nos aseguraron que los módulos que sacarán del mercado provisional de la calle Camas vendrían aquí. Pero a estas alturas no hay ni siquiera un anteproyecto, y el mercado de Atarazanas va a reabrir pronto, así que no sé qué va a pasar con aquellos puestos. Parece que la intervención es muy cara, incluso se cifró en 22 millones de euros, pero nosotros vamos a pedir a la Junta de Andalucía que colabore". Y apostilla: "Es cierto que hablamos de una inversión muy grande. Pero también es verdad que aquí en el barrio han levantado calles que no necesitaban una reforma urgente y ahí se ha gastado mucho dinero. Haciendo cuentas, parece que con el plan E se podría haber llevado a cabo la obra". El parking, además, supondría un verdadero desahogo para un núcleo que tiene en las pocas plazas de aparcamiento uno de sus más graves problemas.

Ya en el paseo marítimo, tan terriblemente semejante hoy a un paisaje apocalíptico, los vecinos se refieren sin embargo al saneamiento de la playa como una de las más acuciantes cuentas pendientes del barrio. Las casas más cercanas lo sufren con sangrante rutina: "Todos los días, ya por la tarde, hay un mal olor que no se puede soportar", se lamenta un señor de bastón fino y gorra de pana. Y acudimos de nuevo a Veneroni: "En 2008 se aprobó un plan municipal para instalar nuevas guías que saquen los restos de la playa, pero no hemos sabido nada desde entonces. Se estableció un presupuesto de 14 millones de euros, a repartir entre la zona oeste y aquí, pero aún no se ha invertido un céntimo. Hemos invitado en varias ocasiones a a la concejal de Medio Ambiente, Araceli González, a que se reúna con la asociación de vecinos y así exponerle la situación, pero siempre ha rehusado. Y no lo entendemos, porque todos sus predecesores en el cargo han venido cuando los hemos llamado". Otra vecina, una joven madre de familia, concluye: "Ver la playa llena de suciedad no es sólo perjudicial para el turismo, también para quienes la vemos todos los días. Da mucha pena".

Sin salir del local de la Asociación Torrijos, se adivina que Huelin es un barrio especialmente activo, participativo, inquieto. En la misma sede se ofrecen talleres de casi todo. "Los de informática no dan abasto", apunta la secretaria, Victoria Castillo. El crecimiento que el enclave ha experimentado en los últimos años se ha traducido en una mayor diversidad poblacional: "En la parte antigua la media de edad es notablemente alta, pero en otras nuevas como Echevarría lo habitual es ver familias jóvenes con niños pequeños. En la parte de Héroe de Sostoa hay comunidades inmigrantes que se han integrado sin problemas". Este desarrollo tiene previsto continuar, con la parsimonia wagneriana de la que hacen gala las administraciones, mediante infraestructuras como el Auditorio, el Puerto Deportivo (para el que se perfilan más de cuatrocientos puntos de atraque) y el Museo Art Natura que irá en Tabacalera. Esta última propuesta suscita escaso interés entre los vecinos consultados: "No sé quién va a venir aquí a ver joyas. Hay cosas mucho más atractivas para enseñar. Creo que se ha perdido una oportunidad de oro para añadir más valor al barrio", pregona un sereno jubilado.

En el parque, parejas de ancianos se dan la mano mientras rodean el lago. Cerca merodean inmigrantes indocumentados que han salido del cercano albergue o esperan hacerse con una plaza. El perfil de las chimeneas asoma imponente, como una guía que advierte al extraño que ha llegado a Huelin: el territorio amable que quiere ser besado por el mar.

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