Málaga

Historias de niñas-madre

  • El centro de acogida de la Diputación desarrolla un programa para menores en desamparo gestantes o con hijos

Aumara tuvo su primera hija con 14 años y ahora, a los 16, está esperando el segundo. "No me arrepiento de haberme quedado embarazada tan pronto. Estoy contenta. A mí no me ata la niña", asegura. Es una de las tres madres menores alojadas en el centro de acogida de la Diputación bajo la tutela de la Junta de Andalucía.

"Pues a mí me ata la mía. Mientras estuve preñá, bien; pero después... es un cargo muy grande. Estoy contenta, pero me corta mucho", confiesa Talía, de 17 años y con la cría a punto de echar a andar.

Los nombres son falsos para preservar las identidades, pero sus historias son verdaderas. No se pueden dar detalles para no vulnerar su intimidad, pero al centro de acogida no llega cualquier menor embarazada. Sólo aquellas en las que la Junta decreta su desamparo por sus circunstancias personales o familiares. Son niñas-madre maltratadas por sus parejas, por sus padrastros, abandonadas por madres enganchadas a la droga, menores inmigrantes que llegan embarazadas y en patera o gestantes con alguna minusvalía psíquica que se han quedado huérfanas sin haber alcanzado la mayoría de edad.

Son casos muy difíciles en los que las educadoras Dolores Ortega y Josefa Bueno vuelcan todo su esfuerzo. Lola aclara: "Estas chicas no son representativas de las madres adolescentes porque la razón principal de que estén aquí no es su maternidad prematura, sino la desestructuración de su familia o los problemas sociales que sufren". Josefa acota que el mayor obstáculo de estas crías a la hora de salir adelante no es tener un hijo que les dificulte la organización de su nueva vida, sino la falta de formación para insertarse en el mercado laboral. La mayoría de las adolescentes que se acogen al programa no han acabado la ESO.

Talía quiere estudiar para cocinera o para cuidar ancianos. Aumara dice que le gustaría ganarse la vida como peluquera. De momento, ambas ven pasar lentamente los días en la quietud del centro de acogida y sueñan con cumplir los 18 años para volver con su familia, aunque en muchos casos allí esté el problema por el que acabaron bajo la tutela de la Junta.

Talía es la que más claro lo tiene: "Yo no voy a tener más hijos, por lo menos, no hasta que tenga un trabajo y una pareja estable. Me voy a poner la varilla [un anticonceptivo subcutáneo]".

A su corta edad tienen tanto vivido -y sufrido- a sus espaldas que cuesta trabajo pensar que son niñas. Pero sus gestos, sus palabras tímidas se nota que todavía son unas crías. Unas características que quizás también se hayan forjado por una infancia falta de autoestima.

Mientras Talía y Aumara cuentan sus vivencias guardando celosamente la causa por la que llegaron al centro de acogida -que no ha sido precisamente su maternidad precoz- Yumara, otra menor que espera su primer hijo, cuida de las niñas de sus compañeras. Allí sentada, con su tripa de siete meses y un bebé aupado en cada pierna queda claro que le gustan los niños. "Yo me quedé embarazada porque quería. No me arrepiento. Ya no estoy con mi pareja, pero cuando cumpla los 18 volveré con mi familia", programa Yumara.

La mayoría de estas niñas-madre han querido quedarse embarazadas. "Casi todos son niños buscados porque hay métodos anticonceptivos y los conocen... pero luego les viene largo", resume Lola.

La vida para ellas no es fácil y no sólo porque mientras otras adolescentes de su edad luchan por entender las Matemáticas, ellas tienen que cambiar pañales y correr detrás de un pequeñajo que corretea. Algunas están protegidas de sus ex parejas por una orden de alejamiento. Sin embargo, unas pocas esperan ser mayores de edad para volver con ellos y ser una familia, como las demás. Buena parte de ellas, incluso antes de su temprana maternidad, pasó por un aborto.

Lola y Josefa reconocen que su trabajo diario es muy hermoso y descorazonador a la vez. Hermoso porque pueden ayudarles a construir una nueva vida. Descorazonador porque no siempre sale bien.

El programa para madres adolescentes comenzó en 2002. Su creadora y actual responsable es Ana Romero, que también es la subdirectora del centro de acogida. "El centro de acogida es de la Diputación, pero es centro colaborador de la Junta. Trabajamos en coordinación con la Administración autonómica y bajo su supervisión. Aquí no ingresa ni sale ningún menor sin que lo autorice el Servicio de Atención al Menor", explica Romero. Los profesionales del centro -entre los que hay psicólogos, puericultores, educadores, médicos, ATS y auxiliares de clínica- además de atender a los menores deben hacer informes sobre los que se toman decisiones sobre su futuro.

En el caso del programa de madres menores, además de darles apoyo en circunstancias doblemente difíciles de sus vidas -por su maternidad precoz y por la desestructuración familiar que padecen- se las prepara para que cuiden de sus hijos de manera responsable o que asuman sin demasiados traumas el acogimiento del pequeño en caso de que no sean capaces de lograrlo. Cuando llegan a la mayoría de edad, deben dejar el centro. Si no tiene una familia que la respalde, la joven madre pasa a un piso tutelado por la Junta.

Las menores que pasan por el programa tienen duras historias a sus espaldas. Quizás por eso los profesionales compatibilicen su exigencia en el cumplimiento de las normas del centro con un trato muy cálido que se siente apenas se entra por la puerta.

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