Málaga

Regresa a Churriana el matrimonio malagueño del crucero accidentado

  • José Ángel Ramos e Isabel Rodríguez aún creen haber vivido una mala pesadilla · Denuncian el caos que se produjo tras el naufragio y la falta de atención recibida en el barco y y también luego en tierra Más información en págs. 31 y 32.

Hay situaciones en las que nadie es capaz de imaginarse, tragedias que sólo parecen pasar a otros, a aquellos a los que uno ni siquiera conoce. Pero cuando esa frontera imperceptible cae, el caos se convierte en escenario de uno mismo. Eso debieron pensar Isabel y José, un matrimonio malagueño, la noche del pasado viernes, cuando el reloj de abordo marcaba las 21:30 y pasaron a convertirse en protagonistas involuntarios del naufragio del buque de cruceros Costa Concordia.

"Era una especie de Titanic, la gente se tiraba al agua", cuenta José dos días después de una tragedia que, hasta el momento se ha cobrado la vida de cinco personas, entre ellas un ciudadano español. Al contrario que su marido, Isabel mantiene en el gesto de su cara la amargura, la tensión de una experiencia en la que, admite, pensó que podían morir. "Todavía no he llorado, pero sé que tengo que hincharme de llorar, llevo tres días sin dormir", relata a Málaga Hoy. Y en sus sueños, cuando los recupere, una imagen quedará impresa con la tinta indeleble de las pesadillas: "Veía a gente que se tiraba al agua desde la planta 11 del barco".

"No me podía creer que me estaba pasando eso", dice casi como si se encontrase aún sobre la cubierta inclinada del navío accidentado. "Pensaba: 'Tengo que despertarme, tengo que despertarme, esto no está pasando". En la incertidumbre del momento, la primera imagen que, confiesan, tomó forma en sus cabezas fue la de su hija Teresa, de 15 años, dando gracias por que ella no estuviese en el barco. "Lo que se nos pasaba por la cabeza es que menos mal que no había venido con nosotros". Fue ella una de las primeras personas que pudo hablar con sus padres una vez a salvo. "Lo que le dije fue: "Estamos vivos, escuches lo que escuches, estamos vivos", dice Isabel.

Cuarenta y ocho horas horas después del instante en que todo se vino abajo, José hace memoria. "Llegamos a la hora de la cena, a las 21:10, y a eso de las 21:30 escuchamos como un hierro dando a algo, pensamos que era dando en el suelo, y después vino un frenazo; la luz se fue y vino un minuto y, entonces, el barco empezó a escorarse a la derecha". Y siguió escorándose hasta quedar casi en vertical. "Era como el Titanic, todo el mundo lo decía", añade.

La posición del comedor permitió a los que en ese momento estaban en ese punto del barco acudir rápidamente a la cubierta en la que se encontraban los botes salvavidas, al parecer, menos de los necesarios para evacuar a un pasaje de 3.200 personas y una tripulación de un millar de trabajadores. "No había nadie que organizase la salida de los pasajeros, sólo estaban los camareros, los cocineros, que no sabían qué hacer. Al final fuimos los pasajeros los que estábamos allí los que organizamos la situación y pudimos meter a 35 personas en una de las zodiacs que había en cubierta", relata.

El lamento de estos dos malagueños es compartido por el de las otras decenas de españoles que, como ellos, sufrieron en carne propia una tragedia de cuyas razones aún hoy hay pocas explicaciones, si bien todo apunta a un fallo humano. "Es un barco que hacía todas las semanas el mismo recorrido", dice con no poca incredulidad José, que apostilla cómo recuerda a la tripulación "de fiesta" antes de que ocurriese el terrible accidente. Muestra del descontrol con el que se desarrollaron las labores de rescate es que cuando ambos fueron capaces de llegar a tierra, en una de las barcas dispuestas al efecto, "la tripulación ya estaba allí, mientras nosotros tardamos unas cinco horas". Y entre los primeros, por lo que se ve, el capitán del Costa Concordia.

Ya en tierra, las penalidades continuaron. Según denuncian, nadie parecía hacerse responsable del amplio grupo de españoles afectados. De hecho, de no ser por la madre de una de las turistas el embajador español no hubiese tenido conocimiento. "Llamó la madre para decir que su hija estaba en el barco", cuentan. Sin equipaje, sin ropa con la que cambiarse, sin zapatos, sin documentación… Aunque vivos. Así alcanzaron Isabel y José tierra firme, desde donde fueron desplazados a un hotel, donde las cosas no mejoraron en exceso. "Después de lo que habíamos pasado, no nos daban de nada, ni zapatos; fue Protección Civil la que nos trajo algo de ropa", explican. Isabel, en el umbral de su casa, abrazada a José, seguía calzando en la noche de ayer las zapatillas del establecimiento hotelero.

Su larga, inesperada y dramática travesía culminó cuando a media tarde de ayer un AVE procedente de Madrid llegaba a la estación Málaga-María Zambrano. Pero la sensación de arraigo perdida en el mar no la recuperaron hasta poner los pies en su casa, situada en la barriada de Churriana. Allí pudieron abrazar a Teresa y a los muchos amigos y familiares que acudieron a recibirlos. Ahora, con la imagen nítida de lo ocurrido, con la estampa impresa del barco semihundido, José e Isabel quieren que alguien responda por lo sucedido, que alguien pague por todo el miedo y el horror de tantas horas a bordo de la incertidumbre.

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