Málaga

Terapia para llorar, aprender y compartir

Debe ser difícil no derrumbarse cuando tu madre ya no te reconoce y mirándote a los ojos te pregunta: "¿Dónde está mi hija?" El ejemplo no es una mera suposición. Es la vivencia que una mujer, casi sollozando, contó el martes pasado durante la terapia de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer. Dos horas que dan para llorar, compartir, desahogarse, aprender y reír.

La psicóloga, Pilar Iglesias, escucha y da herramientas emocionales a los cuidadores para que no se hundan. "La vida no empieza cuando se nos acaben los problemas; no, la vida es esta", les dice con una crudeza muy calibrada para que aprendan a disfrutar de los ratos buenos y a sobrellevar los esfuerzos que suponen los cuidados. Porque con un enfermo de alzheimer, un simple baño puede exigir más energías que subir una montaña.

Durante la terapia, afloran las emociones y las lágrimas. Hay una mujer que perdió a su marido con alzheimer y ahora repite la historia con su madre. Sus ojos chispeantes delatan un espíritu optimista. Le confiesa a la psicóloga que no quiere sentir lástima de sí misma por la suerte -de la mala- que le ha tocado. Su lagrimeo dice lo demás. Pilar le responde que sí puede, pero que no debe quedarse ahí.

Después de una hora, brota la culpa. La que sienten quienes han dejado a su familiar en un centro porque estaban desbordados. La confesión llega de boca de otra mujer. No menciona la palabra culpa, pero el sentimiento se deduce de cada frase. Otra -porque en la terapia del martes las siete participantes eran mujeres- afirma a continuación que ella tiró la toalla "antes de tiempo"; en alusión a que quizá podía haber mantenido a su madre más tiempo en casa. "Para que yo esté un poco más liberada, no los tenemos a ellos [los enfermos] en casa. No te puedes quitar la culpa. Yo ingresé a mi madre cuando la situación ya me estaba comiendo la vida", apunta otra. Se sienten culpables, egoístas y, algunas, cuestionadas por otros miembros de la familia que critican, pero no ayudan.

La psicóloga intenta desterrar estos sentimientos y recuerda a los familiares que pueden pedir la ayuda de profesionales y de centros especializados. Pilar trata de convencer con ejemplos claros y rotundos: "Nosotros no somos los profesores de nuestros hijos..."

A lo largo de la terapia, los familiares no sólo encuentran apoyo emocional, sino también soluciones prácticas a sus dudas. Hay cuidadoras que preguntan qué hacer cuando ya ni siquiera recuerdan que han comido y piden el almuerzo o la merienda por segunda vez.

Surgen también confesiones muy personales. Como la falta de apoyo de los hermanos a la hora de cuidar de un padre con alzheimer o las disputas sobre cómo repartir los gastos para que el enfermo esté bien cuidado. La familia, dicen, se distorsiona porque los cuidados son muy absorbentes. "Es que el alzheimer es mucho más que la enfermedad de la memoria", les recuerda la psicóloga.

Ellas lo han descubierto por experiencia propia. La patología, además de recuerdos, arrebata poco a poco la capacidad de hacer, de hablar, de caminar. La involución es implacable y devastadora. Para los pacientes y para sus familias.

A la terapia asiste también una inmigrante. No es familiar, sino cuidadora remunerada. Llora porque quiere hacerlo lo mejor posible. Pilar y los familiares que llevan lidiando con el alzheimer mucho más tiempo, le aconsejan, le enseñan y le arrancan una sonrisa.

La terapia que organiza la asociación trabaja las emociones para prevenir ansiedad y depresiones, dos patologías en la que suelen caer los cuidadores de estos enfermos. "Es importante que no sean sólo un familiar de una persona con alzheimer; así se ayudan a ellos y a su familiar porque esta es la vida, no un ensayo", reitera Pilar.

Otra mujer permanece callada durante las dos horas que dura la terapia. A la psicóloga no se le pasa por alto. Al final, con tacto, la hace hablar y le dice que disfrute sin culpa de ese viaje que va a hacer. A ella le preocupa cómo cuidarán a su familiar durante su ausencia. Pilar le da unas recomendaciones. Son consejos para afrontar el alzheimer, pero también para afrontar la vida.

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