Málaga

Otro año, con la que está cayendo

  • A pesar de los precios, las elecciones, los retrasos del AVE y la gripe, 2008 se ha decidido a venir, y encima con un día más l El tiempo será relativo si hacemos caso a Einstein, pero insiste en conceder otra oportunidad l Claro, que algún día habrá que terminar el Metro l ¿Propósitos? Mejor no

EN pocas ocasiones me gusta Málaga tanto como en la mañana del 1 de enero. Seguramente será porque no hay nadie: una vez que los celebrantes se han recogido después de la juerga, y antes de que las familias inunden los rincones del Parque como único entretenimiento posible para ese día al aire libre, la calle es patrimonio del silencio, sin prensa que comprar y con la televisión gobernada por el Santo Padre y el repertorio machacón de los Strauss. Apenas se deja ver algún anciano cruzando la calle con el semáforo en rojo, esta vez con menos peligro, o buscando una cafetería abierta. La Plaza de la Merced es un río con olor a lejía de Limasa que arrastra todo tipo de restos hasta los bordillos, callado y penitente; hasta las palomas, esta vez pocas, aparecen ordenadas y pulcras en los contornos, lo que confiere definitivamente un aire franciscano al conjunto. En ese impass, Málaga podría ser destino de un retiro espiritual. Calle Granada huele insoportablemente mal y a los pies les cuesta despegarse del suelo, la bulla aún se respira a pesar de que bajo el sol tempranero ya sólo quedan fantasmas y así es más fácil imaginarse la vía antigua, el tramo descuidado y sucio por el que pasaba el tranvía y que sólo se barría para San Ciriaco y Santa Paula. La ciudad es un animal tímido que se despereza y amenaza con volver a quedarse dormido otra vez. Más allá del centro, en los barrios, que este año han sido tan sutilmente ignorados para el alumbrado navideño, se percibe la misma placidez fláccida, ningún bicho viviente mueve un músculo. Sólo el Espíritu Santo se mece en Carretera de Cádiz, allí en las trincheras del Metro, o en un Puerto de la Torre sin atascos. En los cines ponen Soy leyenda, veo los carteles en la calle Alcazabilla, me acuerdo de la novela de Richard Matheson y me imagino único superviviente de la urbe tras una catástrofe descomunal, un gas letal que acabara con todo, un último retoque al PGOU como gota que colmara el vaso, aquí no se puede vivir y por eso nos vamos, y yo cabezota, me quedo, me quedo. El genocida que llevo dentro, antisocial sin remedio precisamente en las fechas en las que más toca compartir el tiempo, se pregunta por qué no dejarlo todo en este instante, 2008 amanece y se acabó, punto final. Por delante se avecinan las subidas de precios e hipotecas, las gripes, los retrasos que fulminan la ilusión del AVE y unas elecciones por partida doble que prometen, como nunca, una verdadera colección de despropósitos, a ver quién tiene menos vergüenza para blasfemar la burrada más gorda. El curso del sistema solar, si conociera la misericordia, se pararía en ese solitario y tenue atisbo del 1 de enero para garantizar la calma del respetable. La resaca es el estado idóneo para el desarrollo de la cultura del bienestar.

Pero no, la cosa sigue. Por mucho que esta especie se haya condenado a sí misma a la extinción, entregada a calentamientos atmosféricos y a integrismos religiosos, y por mucho que Einstein insistiera en la relatividad del tiempo, éste se renueva puntualmente como un mazazo, aquí tenéis otro año para repetir los mismos errores o para enmendarlos. Incluso disponéis de un día más, con febrero prolongado al 29 y la campaña electoral todavía más larga. Luego uno mira la fotografía del primer malagueño nacido en 2008, todavía sin nombre, tan despierto ya en el Materno junto a su madre, indefenso y a la vez con todo el futuro del mundo metido entre las manos, y consiente en que haya mañana, si la Tierra se empeña en dar otra vuelta alrededor del Sol no seré yo quien la detenga. No sé ustedes, a mí me basta el gesto de un pequeño batracio recién nacido bajo la atenta mirada de quien lo ha traído al mundo para decir que vale, vamos allá.

Eso sí, en mi vida he hecho un propósito de año nuevo y éste no voy a ser menos. Las intenciones, si no se reafirman día a día, mejor no nombrarlas. Con querer a los míos voy que chuto a estas alturas.

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