Málaga

¿La capital europea de la qué?

  • Curioso: en los debates electorales televisivos, los asuntos culturales no han merecido una sola reflexión de los candidatos l Pero la Capitalidad de 2016 y los apoyos prestados a Córdoba han marcado a fuego la agenda política en Málaga l En la calle todo apunta al letargo l Así se vive mejor

ESCRIBO este Calle Larios embutido en mi jersey de cuello vuelto, recuperado después de haberme paseado durante unos días por ahí en mangas de camisa. Son las trampas de marzo, hay quien espera con ansia que terminen de reponer la arena de La Malagueta para darse un baño pero de pronto el termómetro se desploma. De cualquier forma, estas rachas de frío son apenas pequeñas treguas sin importancia frente a una realidad incontestable: si el cambio climático ha reducido el calendario anual a dos estaciones, invierno y verano, en Málaga la primera es casi una anécdota. No hay más que darse una vuelta, descubrir a los turistas que ya se tuestan semidesnudos en las terrazas de la calle Alcazabilla mientras degustan una ración de paella de marca, oler los azahares que cuelgan en los naranjos (también los contenedores de basura, que ya sufren los aromas desprendidos por el calor), comprobar en el Leroy Merlín que los equipos de aire acondicionado vuelven a hacer caja y atisbar en calle Nueva los primeros tops y las primeras sandalias. Dios ha bendecido esta tierra con quince meses de sol al año, pero para muchos esto no es suficiente. Estos días se viene hablando mucho de la cultura, por aquello de la candidatura a la Capitalidad Cultural de Europa en 2016. Los recientes (que no los primeros) apoyos explícitos del Gobierno y la Junta a Córdoba han venido que ni pintados en la campaña electoral, aunque el asunto ha quedado más en boca de los políticos que de los ciudadanos. Ayer, incluso, estaba prevista la celebración de una manifestación en la Plaza de la Merced para reclamar imparcialidad institucional que no fue autorizada, al parecer porque los convocantes no presentaron las solicitudes a tiempo. El caso es que en Málaga la cultura funciona más o menos como siempre, más como aliada del turismo que como realidad de valor propio, pero, de repente, la paleta política la ha empleado como arma de primer orden, por mucho que en los debates electorales televisivos nacionales y autonómicos ni uno solo de los candidatos haya dedicado una mínima reflexión a la cultura.

Mi percepción callejera, que se va afinando con los años, es que a la gente (la misma que compra en Mercadona y se espatarra en el Café Negro de la calle Alcazabilla) el asunto de la capitalidad le trae más o menos sin cuidado. La preocupación acerca de que la capital se quedara sin playas en Semana Santa me ha parecido mucho más extendida y latente que la que suscita el expediente 2016. Y con respecto a la campaña electoral, el favor que los candidatos han concedido al proyecto es más bien flaco, tanto para Málaga como para Córdoba: los mismos que pretenden enseñar a los andaluces a pescar en vez de regalarles peces, impulsan la enseñanza del catalán y el vasco para que los futuros emigrantes vayan al norte a jugársela en la obra ya enseñaditos y consideran que los niños andaluces son analfabetos vienen ahora aireando la Capitalidad Cultural como un caramelito o una zanahoria. A mí el asunto me recuerda a las antiguas promociones turísticas, las de la época franquista, España es la mejor y Andalucía es lo mejor que hay, tiene vinos de primera y arte para dar de comer a los cerdos. Sólo que antes se vendía el salero, la grasia y el sol y ahora se pone precio a la cultura, que viste mucho y sale muy bien en las fotos. Hasta que Antonio Banderas no se pronuncie con respecto a la Capitalidad, no habrá nada que hacer. Y mientras, Málaga enseña el escote y se depila las piernas, que ya pica Lorenzo. Esto es sabiduría. La ciudad ya es capital europea del vivir como Dios. La cultura, para Pedro.

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