tráfico accidente en guillena | el cierre de unas compuertas facilitó el hallazgo

La cartilla del guardia civil

  • El cabo malagueño Diego Díaz murió aplicando un código ético vigente desde 1845 l Su cuerpo fue encontrado tres días después de caer a un arroyo a 300 metros del lugar del accidente

Encuentran el cadáver del guardia civil que cayó al río en un rescate en Guillena

La cartilla del guardia civil es un documento del año 1845 que sigue teniendo vigencia como código ético para los agentes de la Benemérita. El artículo 6 dice lo siguiente:“El guardia civil no debe ser temido sino por los malhechores; ni temible, sino a los enemigos del orden. Procurará ser siempre un pronóstico feliz para el afligido, y que a su presentación el que se creía cercado de asesinos, se vea libre de ellos; el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado; el que veía a su hijo arrastrado por la corriente de las aguas, lo crea a salvo; y por último siempre debe velar por la propiedad y seguridad de todos”.

El cabo primero Diego Díaz, de 53 años, consiguió la noche del sábado que tres personas se salvaran de ser arrastradas por la corriente de las aguas. Aquellas tres personas eran una pareja de jóvenes y el padre de ella, que se habían visto atrapados con el coche en un camino embarrado próximo al arroyo Galapagar, en Guillena. Una pareja de la Guardia Civil acudió en socorro. El cabo primero resbaló y cayó al agua. La fuerza de la corriente lo arrastró. Su compañero, atareado en el rescate, ni siquiera se dio cuenta. Fue uno de los jóvenes quien le advirtió de lo que había pasado instantes después. Pero el guardia civil ya había desaparecido río abajo. Eso sí, aplicando antes el artículo 6 de su cartilla, dejando a salvo a aquellos que ya se veían arrastrados por la corriente de las aguas.

Cuentan en Guillena que el cabo malagueño era un guardia civil a la antigua usanza. De esos que nunca se quitan el uniforme y siempre están dispuestos a salir de servicio, por mucho que no les toque por turno ni su nombre figure ese día en ningún cuadrante o estadillo. De esos que viven en el pueblo en el que está destinado y conocen al alcalde, al cura, al dueño del bar, al director del instituto, al hermano mayor de la cofradía, al frutero y a la propietaria del quiosco de chucherías que él mismo repartía entre los niños cuando le tocaba un servicio en el colegio.

“Mi hijo de cuatro años me ha dicho esta mañana, cuando se ha enterado, que su amigo Diego, que le daba caramelos, se ha ahogado”, decía una de las personas que ha participado durante tres días en el dispositivo de búsqueda del cuerpo. Este cabo primero era el número dos del puesto de Guillena, localidad en la que llevaba destinado los últimos 17 de sus 30 años de servicio. Muchas veces se tenía que quedar de jefe de puesto cuando no estaba el sargento y era la cara de la Guardia Civil en el pueblo.

“Siempre lo vi de verde. No se quitaba el uniforme, siempre lo llevaba puesto por si había que salir. La Guardia Civil era su pasión”, decía otro de los participantes en las labores de rastreo, en las que han afanado unas 200 personas –la mayoría de ellas guardias civiles, bomberos, policías nacionales y locales– durante tres días. “Nadie le llamaba agente, para todos era Diego”, apuntaba otro. Todos le recordaban, emocionados, en el puesto de mando instalado en la gasolinera de la entrada de Guillena. No muy lejos de allí, en el punto en el que el arroyo Galapagar desemboca en el río Rivera de Huelva, su cuerpo fue encontrado pasadas las nueve y media de la mañana de ayer.

Estaba en un lugar ubicado a unos 300 metros de donde cayó. Era donde decían los conocedores del lugar, que insistían en que el cuerpo no había salido del arroyo. Aún así, la Guardia Civil tenía un dispositivo preparado para buscar el cuerpo del cabo primero en el Rivera de Huelva, un río mucho más caudaloso. El cierre de las compuertas del Gergal hizo bajar el nivel de agua del arroyo, cuyas orillas han sido limpiadas de maleza por una máquina retroexcavadora. La tarde del lunes se suspendió la búsqueda por el mal tiempo. Esa lluvia, apuntaba ayer emocionado el coronel jefe de la comandancia de Sevilla,Fernando Mora Moret, supuso la última ayuda para hallar el cuerpo, que seguramente estuviera atrapado entre los cañizos y fuera movido por la corriente una vez que recibió el agua de la lluvia del lunes.

Ya con buen tiempo, a las 9:39 de ayer, un grupo de guardias civiles que rastreaban las orillas del arroyo encontraron el cuerpo de Diego Díaz. Estaba boca abajo y con el uniforme puesto. Podían leerse en su espalda las palabras “Guardia Civil” en caracteres reflectantes. El cadáver del cabo primero fue rescatado del agua por sus propios compañeros, que colocaron varias embarcaciones para que los fotógrafos y cámaras de televisión que aguardaban al otro lado del río no pudieran captar imágenes del cuerpo. Tampoco parecía la intención de ningún informador, pero no estaba de más la cautela.

Por el camino embarrado de acceso al río regresaban agentes cabizbajos, especialistas con perros entrenados en la búsqueda de cadáveres, forenses y otros miembros de la comisión judicial encargada del levantamiento. A unos metros de allí, todavía permanecía el coche de la familia atrapada, en un sitio de tan difícil acceso que hasta el todoterreno que llevaba a los forenses se quedó en el barro. Fue necesario evacuar el cuerpo en helicóptero. Mientras, en el puesto de mando avanzado, guardias civiles, policías, bomberos y demás personal de rescate que han participado en las labores de búsqueda durante los últimos tres días se abrazaban. Algunos lloraban. “Al menos lo hemos encontrado ya, porque el viernes vuelve a dar agua y quizás se nos hubiera complicado mucho”.

Horas después, con la autopsia ya practicada, se instaló la capilla ardiente en el centro cívico de Guillena. Hasta allí llegaron decenas de guardias civiles de toda la provincia. Iban con el uniforme de diario, que así se llama el traje que se utiliza para actos protocolarios. Camisa blanca para los que quisieran portar el féretro y verde para los de visita. Todos con tricornio. Algunos con lágrimas en los ojos, otros serenos, asumiendo que jugarse la vida forma parte de su trabajo. Un periodista intentaba una y otra vez entrevistar al agente que iba la noche del sábado con Diego Díaz. El guardia se disculpaba otras tantas veces, formado ya esperando que el coche fúnebre trajera los restos de su compañero. Lo que iba a empezar a las seis comenzó finalmente a las ocho y media de la tarde.

Entraron primero los familiares de la víctima. La madre iba llorando, sujetada por dos guardias civiles. Sólo pronunciaba el nombre de su hijo. “Diego, Diego...”. Los agentes la llevaron dentro. La presencia del coche fúnebre se adivinaba por los destellos azules de la patrulla de la Guardia Civil de Tráfico que le abría camino. Una fila de guardias se cuadró y entró el vehículo con el ataúd del cabo primero. Allí se acercó un agente, ya veterano como él, y rompió a llorar como un niño. Desconsolado, besó el féretro y pronunció las mismas palabras que la madre. “Diego, Diego...”. Sus compañeros lo consolaron y el hombre se repuso. El empleado de la funeraria dio unas indicaciones. “Los más altos delante, por favor”. Ocho guardias de uniforme metieron sus hombros debajo del ataúd de su compañero. “¡Vamos arriba!”, dijo uno de ellos. “¡Arriba!”, respondieron los otros siete. Entre ellos iban el compañero de la última patrulla de Diego Díaz y el sargento jefe del puesto.

Entró el féretro entre aplausos. El pueblo accedió al centro cívico. Fue el adiós a un guardia de los antiguos. Un caimán, como se les llama con cariño a los más veteranos del cuerpo. La capilla ardiente seguirá abierta hoy desde las ocho de la mañana hasta las doce del mediodía. A esa hora se celebrará un funeral en la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, patrona de Guillena. Después será enterrado en Málaga, su ciudad natal.

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