Málaga

La coartada del agnóstico

  • Málaga sí se parece a Dios en una cosa: ya es casi un artículo de fe l Uno puede creer que el Convento de la Trinidad existe, pero verlo, a ciencia cierta, no lo ha visto nadie l Quizá esta exigencia reporte una mayor satisfacción a los comulgantes l Pero lo más honesto es vivir sin esperar el cielo

HAY un chiste de Chiquito que me gusta especialmente. Un tipo le pregunta a otro: "Oye, ¿tú crees en el más allá?" Y el otro responde: "¿No voy a creer, si vivo en Melilla?" Con Málaga ocurre un poco lo mismo. Un ejemplo de libro es el Convento de la Trinidad. Se escribe mucho en la prensa sobre él últimamente: que si la Junta de Andalucía quiere convertirlo en sede del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, que si Celia Villalobos quiere convertirlo en Museo Arqueológico, que si Francisco de la Torre dice que bueno pero vamos a esperar un poco, que si empieza una reforma que pasa por echar abajo sus elementos estructurales militares, que si una plataforma ciudadana se opone. Así que la sensación general es de familiaridad con el sitio, incluso de identificación, de reivindicación, de exigencia. Todo el mundo sabe dónde está. Si se deja suelto a cualquier malagueño (más o menos) en Eugenio Gross, se orientará y será capaz de llegar hasta él, de ubicarlo en el mapa. Pero verlo, en realidad, no lo ha visto nadie, salvo quienes han entrado en las últimas décadas para expoliarlo. Dicen que lo construyeron en el siglo XVI, que fue objeto de desamortización eclesiástica en la campaña de Mendizábal y que sirvió de cuartel a la Guardia Civil. Pongamos que es cierto. Así reza en archivos y bibliotecas. Pero ¿quién puede comprobarlo por sus propios ojos? ¿Cuántos años lleva el recinto precintado a cal y canto con la sempiterna verja? Asomémonos un instante al abismo: ¿Y si no hubiera nada? ¿Y si todo fuese un decorado, un tablao que se intuye desde la Trinidad sin nada dentro, un atrezzo, una impostura, un negocio de trileros para tener algo que arrojar a los adversarios políticos? ¿No podría decirse lo mismo del Convento de San Andrés, del Cuartel de Segalerva, de tantos otros rincones invisibles, de los que uno oye hablar pero que nadie tiene oportunidad de pisar? Existe una Málaga invisible. Un servidor ha escrito sobre ella en otros artículos. Pero ¿y si tuviéramos que hablar de una Málaga inexistente, una Málaga inventada, imaginada, consagrada por las autoridades con el estricto fin de distraer al respetable, de hacerle creer en cuentos chinos, de estimular su esperanza con objetivos comerciales, doctrinales o directamente electorales? ¿De verdad hay una muralla en Carretería? Entonces, ¿por qué la han tapado tanto? ¿Hubo una vez un río en el Guadalmedina? ¿Un teatro en la calle Comedias, un corral del Siglo de Oro en Molina Lario, una industria metalúrgica y azucarera? ¿Es verdad que hay una antigua mezquita en la calle Agua? ¿Y por qué no se ve? Posiblemente piense usted que esto es una chalaúra. Y tiene razón. Por eso vamos a tratar el asunto desde la más nobles de las ramas de la ciencia-ficción (el chiste no es mío, lo sé: nadie es perfecto): la teología.

Ya lo dijo el mismo Cristo una vez resucitado, según los Evangelios, cuando Santo Tomás metió la mano en sus heridas para comprobar que era Él: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto". El problema es que en Málaga rara vez tenemos oportunidad de meter la mano: siempre hay una valla, un muro o el cartel anunciador de una obra interminable que lo impide. En muchos casos, Málaga se parece a Dios en su cualidad de artículo de fe. Ésta ya no es necesaria únicamente para creer en todos los planes urbanísticos, culturales y de demás calado anunciados a bombo y platillo y en su materialización: también para creer que la ciudad es la que uno tiene más o menos pintada en la cabeza. Que el origen de todo está en el Cerro del Villar y en los fenicios suena tan a mito fundacional como el arca de Noé y el jardín del Edén. Pero aquí vamos, convencidos de que Málaga es eso, Málaga. Quizá la postura más honesta sea la del agnóstico y no hacer mucho caso del cielo prometido. Y que Dios, o Art Natura, nos perdone.

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