Málaga

"En mi corazón hay tanto amor que no cabe ira ni resentimiento"

  • La madre del joven de 22 años que murió tras una agresión afirma que "lo que diga un juez estará bien"

  • Habla a favor de la donación porque "se salvan vidas"

Cuando el 21 de abril pasado la prensa informó de que un joven que celebraba su 22 cumpleaños había perdido la vida tras una agresión brutal por tratar de apaciguar una disputa a las puertas de una discoteca, muchos malagueños sintieron rabia e indignación. Nueve meses después, su madre, Remedios Romero, habla con una entereza y una paz interior conmovedoras. "En mi corazón hay tanto amor, que no cabe ni ira ni resentimiento. Si tuviera ira y rabia me habría enfermado. Yo tengo otra cosa en mi corazón. Tengo amor y la rabia no me cabe".

Una fuerza que saca del apoyo incondicional de su familia y de saber que su hijo, Pablo Podadera, salvó a cuatro personas con la donación de órganos. Su corazón, su hígado y los riñones devolvieron la salud a cuatro enfermos de entre 34 y 57 años. No era la primera vez que la donación se cruzaba en su camino. Con apenas cinco años, donó médula ósea para su hermano. A José le regaló 11 años más de vida. Ironías del destino, los dos murieron casi con la misma edad.

"Pensé que ya me vendría la rabia. Pero aunque tenga el corazón roto, cada vez tengo más paz"

"Donar me ha ayudado muchísimo. Cuando Pablo donó a José, vi a muchos niños que necesitaban médula y órganos. Ahí comprendí yo la necesidad de la donación. Por eso tuvimos tan claro con Pablo que teníamos que donar", comenta. De hecho, fue la familia la que propuso la donación tras conocer aquel fatídico día de abril que la situación de su hijo era irreversible. "Yo me he planteado de dónde me sale esta paz y es porque he donado. Pienso que Pablo le ha dado una oportunidad a esas personas para que su propósito en la vida lo lleven a cabo. Lo que no sirve, se pierde. Y cuando no hay vida en un cuerpo, no sirve de nada. Yo no quiero ser protagonista. Si hablo es para hacerle un homenaje a mis hijos por el legado y el ejemplo que dejaron y para sensibilizar a favor de la donación".

Remedios no va a misa. Es creyente a su manera. "Dios para mí es la vida. Mi religión es la vida y ese amor incondicional que apenas atisbamos. Las personas a las que mi hijo donó tienen derecho a la vida. Yo no voy a ir buscando quién lleva los órganos de mi hijo. Quiero que las personas que los recibieron estén bien y vivan. Mi hijo nació dando vida [por la donación a su hermano] y se ha ido dando vida", afirma con una mezcla de calma, alegría y algo de tristeza en los ojos.

Cuenta que cuando murió José se hundió y hasta guardó bien guardada la ropa que mejor le sentaba. Pero Remedillos tiene mucha fuerza, quizás esa que aprendió desde pequeña en el seno de una modesta familia de Ardales de cuatro hermanos que debió luchar mucho para salir adelante en tiempos difíciles. Y Remedillos remontó del golpe más duro que puede sufrir una madre. Pero tras perder a José por enfermedad, casi seis años después se quedó sin Pablo por agresión. Remedios reconoce que ahora lleva su duelo de otra manera. "Con Pablo no necesito ir tanto al cementerio. Con Pablo siento que donde esté yo están mis hijos. Porque están en mi memoria y en mi corazón. Y de ahí ¿cómo me los van a quitar? Claro que yo quisiera que estuvieran aquí..."

Cuenta Reme que tiene que luchar por ella, por su hija de 36 años y por su nieto, de 4. Ese que siempre entraba en la casa como un torbellino llamando a su tito Pablo. Y al que Pablo, con su metro noventa y dos, tirado en el suelo, hacía reír a carcajadas. Ese que tras su muerte, a pesar de su corta edad, comprendió que tenía que dejar de llamarlo porque ya no vendría para jugar con él.

Reme dice que sus hijos la han conectado con los buenos sentimientos, con la inocencia y con su paz interior: "Yo me voy a cuidar. Tengo el derecho y la obligación. Voy a vivir la vida que ellos no han podido vivir". Casada con un prestigioso abogado laboralista y administrativa durante muchos años de su despacho jurídico, esta mujer es -como siempre- clara y rotunda: "Yo no voy a juzgar a nadie. Eso lo dejo para la Ley. Cada uno tiene su responsabilidad. Aceptaré lo que dicte un juez y lo que dicte estará bien. Yo me voy a quedar con el amor de mis hijos y con su legado por la vida".

"Se puede donar incluso en vida. Podemos dar lo que tenemos cuando ya no nos sirve y dar así vida a los demás"

Junto con la donación, la familia ha sido el otro pilar fundamental para afrontar con entereza su duelo. Por eso agradece el apoyo de los Romero, de los Podadera, así como de todas las personas que la han respaldado en todo este tiempo. A Pepe, su compañero con el que -desde su despacho de abogados- siempre luchó "por el bien de la mayoría y no por el de unos cuantos". A su cuñada, que le hace dulces de chocolate, la escucha o le habla, según cómo se sienta cada día. Incluso reconoce el empuje que le aportan los amigos de Pablo cuando vienen a buscar a Vilma -la perra de su hijo- para sacarla a correr. O el gesto de una amiga con la que este joven malagueño coincidió en Inglaterra y que desde allí le remite las redacciones que hacen sus alumnos a los que, para concienciar sobre la donación de órganos, puso como ejemplo el caso de Pablo.

Con todo eso se queda Reme para llenar su corazón y que no quede ni un rinconcito en él para la rabia o el resentimiento. Y también, con la carta que la Coordinación de Trasplantes les remitió pocos días después de la donación para informarles de que cuatro enfermos recuperaban su salud y prolongaban su vida gracias a Pablo y a la decisión de la familia de donar. Aquel escrito hizo llorar, pero alivió de alguna manera a la familia.

Cuenta Reme que cuando José murió, Pablo sintió "una tristeza infinita y se enfadó con el universo". Años después, aquella experiencia le sirvió a su hijo para ayudar a otras personas que habían perdido un ser querido. Lo supo cuando, tras la muerte de Pablo, muchos amigos vinieron a contarle cuánto les ayudó su hijo cuando perdieron a su padre, a su madre o a un ser querido. "Yo no sabía nada de eso, se lo tuvo calladito", confiesa Reme, a quien estas confidencias de los compañeros de Pablo aportan paz y fuerza. Una entereza de la que se sorprende hasta ella misma: "Yo siempre estuve serena. Y la paz que sentía a mí me sorprendía. Pensaba que ya me vendría la rabia. Pero aunque tenga el corazón roto, han pasado nueve meses y yo lo que tengo es cada vez más paz".

Asegura que tras el fallecimiento de su primer hijo, "tenía tanto dolor que quería desaparecer", pero insiste: "Ahora no tengo ira ni resentimiento en mi corazón. Yo la fuerza creo que la saco de ese amor que no muere; de mi amor por la vida. He sido una niña alegre y contemplo la vida con agradecimiento. La vida es una experiencia para vivirla. Es un privilegio y una oportunidad".

Una oportunidad que su hijo, al donar, ha obsequiado a cuatro personas y que ya había dado antes regalando once años más de vida s su hermano.

Pablo era muy atlético, le gustaban los deportes de naturaleza. Le encantaba el mar, la montaña; esquiaba. La familia siempre fue una piña e hizo muchos viajes. Con eso también se queda Reme para llenar su corazón. Con esos viajes en que los Podadera Romero descubrían mundo y vivían momentos plasmados en fotografías memorables, como esa en la que Pablo sujeta por los pies a su sobrino y lo deja cabeza abajo para regocijo del pequeño.

Confiesa Reme que después de la muerte de Pablo, tuvo que restringir las visitas. "Para yo estar bien de salud, he tenido que estar con mis seres queridos, aquellos con los que no tengo que forzar nada ni representar ningún papel. He tenido que hacer un esfuerzo, pero ahora me noto con más fuerzas. Me rodeo de personas que no me hacen preguntas", sostiene. Por eso tiene más valor que permita a una periodista y un fotógrafo entrar en su casa y en su intimidad.

Reme ya conmovió en junio pasado durante el acto el Día del Donante cuando no habían pasado dos meses de la muerte de su hijo y leyó el escrito que Pablo hizo sobre su donación para su hermano José. El hecho más importante de mi vida, había titulado aquella redacción que hizo en la Secundaria.

Esa es otra de las cosas con las que se queda Reme para llenar su corazón: con aquel escrito y con la indestructible relación entre los tres hermanos. Y también con ese vídeo que ella grabó de la familia, reunida ante la tarta de 22 años que Pablo repartía, feliz, horas antes de que sus agresores le arrebatara la vida. "Yo hablo para que haya otra mirada a favor de la donación. Porque podemos dar lo que tenemos cuando ya no nos sirve. Incluso, podemos hacerlo estando aún vivos, como en ciertas donaciones renales o en las de médula. Pero una vez muertos, podemos dar vida a otros", reflexiona. Como Pablo, que ayudó a curarse a cuatro personas, según la carta que la Coordinación de Trasplantes remitió a la familia. Un escrito que Reme guarda cuidadosamente en una carpeta; un texto que la reconforta y que también mete en su corazón para que no quede ni un huequecito para la rabia...

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