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Discapacidad

Un día más

  • La adaptación de locales, equipamientos y lugares de ocio para mejorar el acceso a los discapacitados redunda en un beneficio para toda la sociedad. Pero algunos se aprovechan de ello de forma ilegítima

AUNQUE estemos en pleno verano, soportando temperaturas más propias del desierto que de una ciudad costera, a Mario le sigue sonando el despertador a la misma hora que el resto del año.

No tarda más de treinta minutos en estar listo, un café rápido, vaqueros, camisa de manga larga, una americana en la mano y mientras cierra la puerta de casa recuerda la cantidad de cosas que ha dejado por medio, pero la conciencia calma su malestar por el desorden, y se promete devolver todo a su estado primitivo cuando regrese de la jornada laboral. Con cierta soledad vecinal, abandona el portal de la casa que heredó de sus padres y se dirige hacia el coche, que aparca cada día en el espacio reservado a personas con movilidad reducida que se encuentra junto a su vivienda.

No hay mucho tráfico, es temprano, y en menos de diez minutos llega a su oficina. Tras aparcar, fichar, y debatir con los compañeros sobre quién debe pagar hoy el desayuno, comienza una jornada laboral que se pronostica calurosa.

Dos sombras, un cortado y un pitufo mixto a medias. Llevan tanto tiempo desayunando en el mismo bar que casi no tienen que pedir. Lo único que ha variado es que no hace mucho tiempo no compartían el bocata. El establecimiento está perfectamente adaptado, y Mario utiliza habitualmente el aseo accesible. De hecho, muchos de los clientes del bar lo hacen, es más cómodo, más amplio y suele estar más limpio.

En su oficina se vive un estado laboral anormal, donde se mezcla la falta de personal por vacaciones con un descenso de la actividad por la actual situación económica, pero el ambiente de trabajo es muy cordial, y no hace mucho tiempo se produjo una importante remodelación de las instalaciones, donde se incluyeron ciertas mejoras en los puestos de trabajo, incluso se comunicaron ambas plantas con un ascensor que dejó en el olvido aquellas angostas escaleras que, antes, estaban obligados a usar para acceder a la planta superior.

Tras la finalización de la jornada de trabajo, Mario regresa a casa para almorzar, y es que aquello de comer cerca del trabajo ha quedado para cuando la economía se vuelva a activar. Suele bajar un rato a la playa, no todas las tardes, pero sí algunas. Estamos en verano. No muy lejos de casa existe un punto de baño accesible, donde mediante pailas y alguna que otra ayuda técnica más, se facilita el paso a personas con discapacidad.

Mario suele ir a esta zona, se siente cómodo, y aunque es cierto que hay más gente que en otros sitios, él se siente mejor allí. Los aparcamientos, aseos, rampas o ascensores son pequeños detalles que facilitan la vida a nuestro protagonista, y aunque no necesita ninguno de ellos de forma obligatoria, los usa de forma habitual por comodidad.

Así debe ser, todos debemos beneficiarnos de aquello que se construye por la necesidad imperiosa de otros y que con ello contribuimos a dotar de más comodidad a nuestro día a día, pero quizás, los que por obligación no necesitamos ayudas técnicas, debemos reflexionar sobre la utilización que hacemos de ellas. Jamás debemos impedir que los legitimados para su uso vean coartada su autonomía por el mal uso que le dan los que sin necesitarlo lo utilizan, y todo por creerse que así son más listos que los demás.

Mario, como otros muchos, es uno de ellos, y recriminarle su actitud es cosa de todos, de los que tenemos necesidad de utilizar el aparcamiento reservado que de forma fraudulenta usa, y del resto de ciudadanos que sí respetan las normas.

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