El Prisma

La envidia

  • Es normal sentir envidia, sana o no, por los avances que se producen en otras ciudades mientras en ésta seguimos mirando a un esplendor pasado que no fue. Atarazanas será el próximo ejemplo

PERDÓNEME, padre, porque he pecado. A diario, a todas horas. No hay uno sólo de los siete pecados capitales que no cometa con relativa frecuencia. Lujuria, ira, avaricia, gula, soberbia, pereza. Pero sobre todo y por encima de todas las cosas, siento envidia. Es que vivo en Málaga, padre.

Siento envidia cuando leo que en Barcelona se está ampliando la red de caminos escolares. Es un programa que engloba a 47 colegios y ha habilitado recorridos para que los niños puedan ir caminando solos a clase, incluso desde edades tan tempranas como los 8 años. Los negocios de los barrios se asocian a la iniciativa y participan en la protección de los menores, los cruces de calles se evitan, se ponen barreras al coche... Aquí, mientras, seguimos dudando del carril bici. No se ha terminado la primera red y tiene bastante pinta de que no son sólo los conductores que aparcan sobre ella. Tampoco le tiene mucho respeto el Consistorio, visto su diseño. Siento envidia de Barcelona y, también, oh sacrilegio, de Sevilla. A veces incluso de su alcalde, padre. Iré al infierno sin remedio.

Siento envidia, padre, cada vez que vienen la consejera de Salud o la de Educación. Siento envidia de quienes no tienen que escucharlas, de quienes tienen memoria de pez y no recuerdan las promesas que hicieron hace dos años, un año, unos meses, sobre tal hospital o determinado colegio.

Siento envidia, y mucha padre, de las ciudades que tienen gobernantes que gobiernan. Alcaldes que lideran, que no se esconden detrás de la búsqueda de un falso consenso para no tomar ni sola una decisión arriesgada. Siento envidia de las ciudades con políticos que se pelean porque no hay parques, y no porque los haya. Siento envidia de las ciudades que aprovechan las obras de un Metro para cambiar su cara, sus hábitos y su dinámica, y no se preocupan de si las zanjas molestarán a una procesión, desfile de carnaval o a la cabalgata de Reyes.

Lo confieso padre, siento aún más envidia de las ciudades que miran al futuro y no están obsesionadas con un pasado que nunca existió. De las que si se gastan una millonada en remodelar un viejo y bonito mercado en el centro, no lo abren después con los mismos tenderetes de siempre, sino que innovan. Siento envidia del mercado de San Miguel de Madrid, del de la Boquería y de Santa Caterina de Barcelona, de cualquiera de Londres. Cada vez que paso por delante del mercado de Atarazanas, lo que hago a diario, padre, se me llevan los demonios.

También siento envidia, lo lamento padre, de las ciudades que no ceden gratis sus mejores solares y plazas a las cofradías para construir casas hermandad, que tienen ayuntamientos que saben que una institución pública debe ser laica. Respetuosa con todos pero laica. No espero su absolución, padre.

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